Polvo del camino/ 180
La vida feliz de L. V.
Héctor Cortés Mandujano
In memoriam
—¿Cómo amaneciste? –dijo Isa.
—Bien –mintió Lupita.
—Voy a hacer el desayuno y te lo voy a traer a la cama.
—No, quiero ir a la mesa.
—Estás muy débil, mejor quédate descansando.
—Bueno, ayúdame a moverme, porque me pasé la noche inmóvil. Me duelen los huesos.
Isa ayudó a Lupita a recargarse sobre su hombro derecho.
—¿Así estás bien?
—Sí.
—Ahorita vengo, voy a prepararte un jugo.
—Gracias.
Lupita, cuando quedó sola, tuvo una regresión a su infancia: pasaron veloces las imágenes de sus padres (peón él, sirvienta ella), que trabajaban con los papás de Isa. Lupita tenía en ese entonces seis-siete años y ya ayudaba a su mamá. Un día, sus papás le dijeron que regresarían al paraje indígena del que provenían. El papá de Isa los despidió con afecto y les dio un dinero de compensación por el tiempo que habían trabajado.
El papá de Lupita dijo:
—Si quiere que se quede mi hija con usted para que le ayude, se la dejamos, se la regalamos.
Lupita se convirtió en la cuidadora, en la nana de los hijos de su patrón, que le fueron naciendo en su matrimonio. Eran muchos. Cuando la menor de ellos tenía ocho años, murió la patrona y Lupita se volvió indispensable en la vida de los niños, que fueron creciendo, casándose, formando nuevas familias.
Lupita se quedó a vivir en la casa de quien consideró no su patrón, sino su padre, cuando él murió. Para todos los demás hijos, Lupita era una hermana.
Una de las particularidades de su carácter era que nunca discutía (“como tú dices/ como usted dice debe ser”), no insultaba, estaba dispuesta a ayudar a quien se lo pidiera y se reía incesantemente de casi todo. Su capacidad de no causar ni causarse conflictos era notable; su inteligencia emocional para ser feliz era su santo y seña. Envejeció y comenzó a tener achaques, hasta que le vino una enfermedad grave, que la puso en cama.
Isa hizo con rapidez el licuado y regresó a la recámara donde, dos-tres minutos antes, había dejado a su hermana. La halló recargada sobre su hombro derecho.
Lupita no tenía gesto de dolor, sino una sonrisa en el rostro: había muerto.

*Sobre el autor:
Héctor Cortés Mandujano
Narrador, dramaturgo y periodista cultural
Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.
Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.
Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).
Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.
Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com