Polvo del camino/ 178
Las trampas de la inspiración
(Minificción)
Héctor Cortés Mandujano
A Luisa, mi mujer,
y a quienes estuvieron esa noche…
Llegó el escritor a la fiesta y fue recibido con aplausos. Le fue servido un trago, que él tomó con avidez. Su mujer, discreta, se sentó a su lado.
Él tomó la palabra, como solía hacer, y contó anécdotas sobre libros y películas; lució su saber disímbolo y fue escuchado en silencio por los demás, que lo llamaban Maestro.
La noche comenzó el camino de las manecillas que suelen medir el tiempo y el hombre comenzó a sucumbir ante el alcohol, que se le servían con prontitud y buen ánimo. Su mujer, a su lado, bebía agua mineral y luego, hacia la madrugada, un par de tazas de café. Rara vez condescendía al vino, salvo que fuera suave, dulce, de buena calidad. Nunca más de dos copas.
El Maestro ya no tenía la atención de todo el grupo y su sapiencia se concentraba en los oídos de sus cercanos, quienes asentían, sonreían, agradecían.
Llegó el momento de irse. El Maestro, con el cerebro obnubilado y el paso tambaleante; su mujer, incólume, tomó su papel de chofer cuidadosa, hábil.
Cuando el Maestro despertó tenía dolor de cabeza. Su mujer, atenta a su despertar, puso en sus manos un vaso con un líquido, que para él fue como agua en el desierto.
Le fue servido un desayuno frugal y luego el hombre, ya a todas vistas mejorado y lúcido, se regaló un pausado baño.
Con su bata china y sus cómodas pantuflas, el escritor veía el jardín cuando su esposa llegó hasta él y le dijo con suavidad:
—¿Te diste cuenta de que anoche nuestro amigo Ángel parecía triste?
—No.
—No era una tristeza depresiva –agregó ella–, sino algo más sutil. Como un desinterés vital, como si la realidad le pareciera apabullante.
Él nada dijo, ella continúo:
—Creo que valdría la pena que escribieras sobre un personaje como él, ¿no crees?, con un dejo fantástico: un ángel harto de su trabajo bondadoso, que ha notado que no vale la pena salvar las almas humanas.
Ella se fue y él se quedó allí, adormilado. Se durmió luego. Cuando despertó pensó en escribir un cuento sobre un hada enamorada de un árbol danzante (tal vez su sueño se lo hubiera sugerido), que dejaba solo al humano que debía guardar para volar hasta la montaña y ver cómo aquel ser arbóreo danzaba con el viento, cantaba a la noche con la voz innúmera que salía desde la oscura tierra donde bebían sus raíces, desde las ramas más tiernas que eran acariciadas por las estrellas…

*Sobre el autor:
Héctor Cortés Mandujano
Narrador, dramaturgo y periodista cultural
Finca El Ciprés, Villaflores, Chiapas, 1961.
Sus publicaciones, una amplia colección, abarcan varios géneros: Cuento, dramaturgia, novela, relato, ensayo y varias coautorías. Ha sido antologado en libros y revistas especializadas.
Aunque desde hace varios años se ha abstenido de participar en concursos y convocatorias, tiene varios premios y reconocimientos por su actividad literaria, mencionamos algunos: Premio Puerta 2010 al Mejor Dramaturgo, otorgado por la Asociación de Periodistas Culturales de Chiapas “Trozos de sol”; Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas (2005); Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros (2004).
Lo puedes seguir en su columna Casa de citas.
Correo electrónico: hectorcortesm@gmail.com