Me abro al cierre
Cual dinámica fluvial, el año ha transcurrido. Como muchos otros, como casi todos. Entre procesos de erosión y sedimentación; de la hidrósfera a la atmósfera, de aquí a la litósfera y, nuevamente, al abrazo de las aguas continentales. Hemos nadado contracorriente en ocasiones, pero siempre aferrados al tronco de la fe.
2024 comenzó con muchas sorpresas, pero, sobre todo, con grandes apuestas lanzadas al destino. Esperanza férrea como moneda de cambio y un temple imbatible como escudo. Así, los calendarios recorrieron sus páginas, repletas de jornadas tachadas y promesas olvidadas. Y llegó la lluvia, y llegó la noche; los ángeles lloraron diluvios sobre nosotros. El caos, como la humedad, siempre encuentra cómo infiltrarse en el alma y en los días más luminosos. Sin embargo, aquí seguimos, disfrutando de lo aprendido, porque, como he dicho antes, hay años para forjar éxitos y fortunas, y otros para forjarse el carácter. Nada puede ser tan malo cuando las recompensas se manifiestan como lecciones duras, pero necesarias. ¿Qué sería de nosotros sin una luna de sangre que ilumine nuestro rostro con carmín en noches de vigilia involuntaria?
No vale la pena hacer un balance de buenos y malos momentos, pues esos se irán revelando en fotografías: imágenes mudas y sordas, incapaces de transmitir, entre miradas y sonrisas, las historias que guardan en silencio. Es hora, entonces, de dar las gracias. A aquellos que fueron antorchas en la oscuridad. A quienes se convirtieron en mentores, compañeros de trinchera y aliados inesperados.
La primera persona a la que debo agradecer es a mi madre. Con paciencia y el cariño que uno siempre anhela, me tiende su mano y me dice que no debo preocuparme por el futuro, porque, tarde o temprano, las aguas que abandonan el río regresan a su cauce. Con sus hermosos ojos verdes, me cobija y protege contra un mundo inclemente. Irónico resulta que, a mis cuarenta años, debería ser yo quien la cuidara y protegiera. Pero así es la vida: un vaivén constante que, con una sonrisa, acepto como parte del devenir.
Mi padre merece también mi agradecimiento, desde luego. Desde su trinchera, no tan lejana, sigue creyendo en mí. Aunque no soy una copia exacta de él, aunque no viví sus mismas luchas, está orgulloso de este ser que soy, con mis propias historias y conflictos. Agradezco tenerlo todavía como una figura que inspira y, con su porte imponente, me recuerda que soy capaz de enfrentar cualquier desafío que se presente.
Un agradecimiento muy especial a una persona que, a lo largo de doce años, ha creído en mí y en lo que tengo que decir, que, pese a encuentros, desencuentros y reencuentros, el cariño permanece intacto. El hacedor de milagros que ya todos conocen y pocos valoran, que no quita el dedo del renglón cuando se trata de impulsar, dejándose la piel en cada compromiso con sus autores y colaboradores, no dejando nada para él la mayoría de las veces. Mi editor, Manuel Pérez-Petit, que no importa si sea Sediento o Almuzara, o lo que venga, siempre confiaré en tu sabiduría y conocimiento, no sólo del tema editorial, sino del mundo que nos asola. Vaya zapatos que tendrá que llenar quien sea que venga después.
Debo darle las gracias a una persona que me dedicó gran parte de su tiempo, su cariño y sus caireles. Ese tiempo es impagable, pero jamás será desperdicio, y eso no está a discusión, pues las horas que se invierten en amar, son horas que alimentan el alma, no importa si son una o dos, o mil; importan, sencillamente. No diré más porque respeto lo cíclico, lo efímero y lo sempiterno, por ello concluyo con esta frase: “Ayer la pude ver, atreviéndose a vivir, enfrentando al mundo y sin miedo a ser feliz”. Que el amor y el bien siempre iluminen tus senderos de buenaventura.
Es importante recalcar que también este año descubrí a uno de mis mejores amigos, que ya se encontraba en mi horizonte desde hace muchos ayeres, pero que su apoyo apareció de forma inesperada, como una espada valiosa que se unía a la batalla, aquel que porta a Excalibur en el momento más crítico. Después de encontrarme enlodado por tormentas pasadas, Jorge Vargas me dio la mano en plena oscuridad. Y sin él, no estaría, quizá, escribiendo esto. Estaría, probablemente, seis metros bajo ya saben dónde.
Quiero agradecer a mi mejor amiga, que quizá yo no sea su mejor amigo, pero ella sí lo es de mí, una confidente incondicional, una estrella submarina en forma de Perla que siempre está iluminando la vida de todos, guardándose poco de ese brillo para ella, y que se merece mucho más de lo que cree. No tengo mas que palabras afectuosas hacia ella, por creer en este irredento remedo de ser humano, que, como ella dice: un toro en cristalería, hace lo que puede con lo que tiene.
Christian Vizuet es otra de esas personas que pocos pueden presumir tener como amigo, pues siempre aparece de la nada y te saca una sonrisa. Es de esas personas que están, y cuidado de darlo por sentado, que en cualquier momento su talento nos lo arrebata de la mundanidad y se volverá alguien tan ocupado en lo que merece hacer y estar, que difícilmente, podremos recurrir a este Pepe Grillo moderno. Si no tienes alguien que te grite “¡Hurra!” desde bambalinas, lo siento por ti.
Gracias al Círculo de Contención de Señoras que se formó en los últimos meses del año, cenáculo de talentos, pero, por encima de todo, de buenos corazones y brazos fuertes dispuestos a luchar los unos por los otros, desde la valiente y sorprendente Valkyria; el astuto, inquieto y virtuoso Elfo, y la encantadora y vivaz Barda, dispuesta a cruzarse el carril del metrobús si la ocasión lo amerita.
Gracias a mi fiel e incondicional audiencia de cada viernes en Alcance Tendencia Radio, que también han sido un enorme círculo e apoyo, de terapia grupal, en donde se hace catarsis global mientras nos deleitamos con melodías inefables y fraternidad. Mis queridos fraters, sin ustedes, todo sería nada.
Agradecimientos especiales a mis colaboradores de locuras, aquellos que tienen que soportar al toro de lidia que trata de abrirse paso en la cristalería, que tira una cosa por tratar de poner a salvo otra y después se llena de culpa y luego de ira y luego de resignación. Ese soy, gracias por tanto Juan Antonio, Carlos, Pablo y Pedro, y perdón por tan poco.
Otro agradecimiento especial a mi querido Manuel Salazar, quien me llevó de viaje a San Luis Potosí, sitio en el que pasó uno de los mejores momentos de este año tan turbulento. Por su amistad sincera y por ser una de mis personas favoritas de este periodo.
A mis hermanos, a mis gatos, a mi perro y a todos los artistas que me llenan de inspiración y combustible para seguir adelante día tras día.
Y, por último, pero no menos importante, a la única persona que siempre ha tenido todos los motivos para odiarme, y que, durante estos 365 días, hizo posible que, en mis días más oscuros, tuviera algo que desayunar. De nuevo, gracias por tanto y perdón por tan poco, tan nada, tan malo.
Y un no gracias a dos personas en específico, que ni por asomo mencionaré aquí ni nunca jamás, pues sus nombres los he escrito en un papel para después quemarlos esta noche. Sin insultos ni maldiciones, sólo deseos de no volverlos a ver, como una pesadilla que se acaba, nubarrones de verano que se esfuman con los destellos mortecinos del otoño y, congelados posteriormente en el invierno. Deseo que sus memorias sirvan de abono para nuevas flores en primavera, unas muy distintas a ustedes. Mi deseo para ustedes es que no dañen a nadie más, ni siquiera a ustedes mismos. Que Dios los bendiga, yo ya les dije adiós.
Así, me abro al final de todas las cosas. Al colofón de un año complicado. A la promesa de un nuevo inicio, siempre aguardando como agua para el sediento. Y yo estoy ansioso por beberme el mar.
Gabriel Mendoza García
@megaescritor
30 de diciembre de 2024

Sobre el autor:
Gabriel Mendoza García (Ciudad de México, 1984) escritor y creador de videos y contenido en redes sociales, fundamentalmente en la actualidad a través de la plataforma Alcance Tendencia Mx. Fan acérrimo del dúo musical europeo Lacrimosa, quienes representan su mayor fuente de inspiración, desde niño destacó por centrar sus esfuerzos cognitivos en mundos imaginarios y por valerse de su sensibilidad. Su primer intento literario fue El Oráculo de Gaia, una reinterpretación de El Señor de los Anillos, de la cual no queda ninguna evidencia. Su verdadera encomienda personal con la literatura es la saga Sofía, la única que tiene como epicentro la Ciudad de México, una obra coral, apocalíptica, empapada de misterio, acción, suspenso, drama, mitología, ciencia ficción, acción y aventura que, al modo de la mítica serie de televisión Lost, se centra en sus personajes y que comenzó a fraguarse en el otoño de 2007, cuyo primer fruto es Emanación. Es miembro del comité editorial de Almuzara México.








