"No he presenciado milagro alguno, pero he podido comprobar que los hombres y las mujeres extraordinarios existen, y deben su carácter singular al hecho de que han partido de sí mismos para iniciar su trayectoria vital" Peter Brook
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El lenguaje, si eres atento y curioso, te reserva hallazgos. Hablo de la que sucede en todas partes, en los dobleces geográficos y sus circunstancias históricas, en su autonomía milenaria, en su invención de imaginarios. Pero ese lenguaje comparte vacío: el idioma. Esa caja gráfica y sonora que nos da un lugar en el mundo y por el que escribimos, hablamos, nos entendemos entre iguales. Y todo sería perfecto si no existieran los desplantes y la soberbia del ser humano, su idea y voluntad de hegemonía y conquista que provoca guerras y exilios, soledades que renuevan instintos sociales, la acrofobia por lo que nos heredaron: islas artificiales y edificios altísimos donde el lenguaje es reducido a signos personales.
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Acrofobia, obra escrita por Roger Octavio Gómez, se desarrolla en un pequeño espacio, una especie de balsa para el náufrago, el extraño en tierra extraña que interpela desde lo más alto de un edificio a autoridades y morbosos porque eso que le permitiría conversar con otros o escribir una gran novela: el lenguaje, su idioma, ha perdido el hilo, ya no tensa ni centros ni orillas, se ha diluido en un país extraño.
Una resistencia íntima que se repliega en un hombre solitario que es asistido por otro que comparte con él, el pedacito de tierra que los vio nacer.
Nacemos bajo la insistente luz de los reflectores y a veces la vida se va en ese camino resplandeciente que te grita: vive o muere.
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El texto de Roger Octavio Gómez va por los contornos de la derrota y sobre ese camino se dan la caída, la redención, la ternura, el idioma como río que arrastra todo, las palabras, sus ruidos, el silencio, las luces que se apagan.
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La obra podría conllevar una elaborada pirotecnia escénica, pero escritor, director, un par de actores y un gran equipo de producción resuelven el peso, la gravedad de ese gran mar de fondo que es el escenario, y hacen de la puesta en escena una de especie de sueño. De esos donde despiertas llorando en medio de un público que aplaude de pie y grita porras a un par de extraños que cuando se baja el telón, ah, son mis amigos.
Ha publicado los libros Pollito Card, UNICAH; Prohibido degollar patos, Editorial Almada Broders; Nunca sonrías a Optimus Prime, Espejitos de papel Editores, Puerto Rico; Bruce Wayne y la generación X (un concierto de rock para Chulpan Khamatova); Baxter Memories (vida y obra de Víctor Von Doom), Tifón editorial. Lo puedes seguir en su Blog poético Popotitos 22.
Querido Roger: (Digo querido por el cariño que sentí hacia ti en las pocas veces que convivimos en talleres o por la tarde en que conversamos sobre la coincidencia en la vida con aquél bebé que quedó momentáneamente aturdido ante el estruendo del derrumbe de una barda, frente a la casa donde yo vivía).
Sigo con regularidad al maestro Héctor, casi nunca me pierdo nada referente a presentaciones de obra, libros o escritos. Ayer fui a ver “ACROFOBIA” de tu autoría. Convinimos en hacerlo con Luis Daniel (en las repetidas ocasiones en las que antes se presentó, no había podido asistir por estar fuera de la ciudad y luego por algunos otros motivos que ya no recuerdo), el caso es que, anoche llegamos a café conejo con tiempo anticipado, degustamos un chocolatito con panecillos y se fue haciendo tiempo de la primera, segunda y tercera llamada. Nada me previno ni en forma ni dato de lo que iba a presenciar. La obra comienza y un hombre, abatido mentalmente, barre el piso. Poco a poco caemos en cuenta de su propósito de suicidarse y su porqué. Aparece en escena el ingenuo bombero que intenta rescatarlo. Su acrofobia es divertida y contrasta con la conversación filosófica que entabla con el hombre que desea renunciar a todo buscando la muerte. Te cuento que durante los diálogos, metida hasta el tope como suelo hacer en las tramas, iba pensando a intervalos en el autor, en qué fue lo que le hizo concebir la idea de la historia, en el sentir del hombre para decidirse a renunciar a la vida y en los motivos de Jan para arriesgarse en semejante empresa aun siendo acrofóbico. Por eso al primer paso en falso de Jan, cuando estuvo a punto de caer, lancé un grito que me dejó por largo rato una risa sofocada y luego sentí vergüenza pues temí desconcentrar a los actores, pero no fue así (Aunque Héctor al final dijo que sí se sorprendieron, pues estábamos muy cerca de escenario, no se notó). ¡Qué diálogos tan maravillosos! ¡Qué sensibilidad! ¡Qué dulzura! Lloré. Me dejé sentir las lágrimas. Al final, como puntilla, fue el nombre del capitán: Carlos Ariosto. Creí le habían nombrado así después de la muerte de Carlitos, Héctor me dijo que siempre se usó ese nombre. Lloré… Lloré.
Muchas felicidades Roger, me encantó la obra, me encanta que sea tuya y la hayas logrado tan bien. Te mando un abrazo y mis deseos mejores. Sigue escribiendo por favor, para que podamos seguir disfrutando de tu ingenio. Enhorabuena
Pilar Guillén Tuxtla Gtz., Chiapas, México a 24 de Noviembre de 2024
Autora antologada en el libro 8 mujeres (Editorial Tifón, 2019) y en Bruñir la palabra frente a la hoguera (Editorial Tifón, 2018). Cursó el diplomado «La literatura infantil, una puerta a la lectura», tomó talleres de lenguaje visual, lectura, interpretación lúdica de textos literarios, escritura narrativa, ilustración y encuadernación. Ha participado en diversos eventos como cuenta cuentos. Tienes estudios en enfermería y artes plásticas. Es alumna de los talleres literarios del maestro Héctor Cortés Mandujano.
Antes de iniciar mi presentación, he de decir que hice una pequeña investigación de campo. Supe que hubo otros lectores y quise conocer su punto de vista. Ambos son grandes e implacables lectores. Los cito:
Tesoros en el naufragio es una novela escrita por dos escritores, dos escritores que platican mucho entre sí, como esos jóvenes en clases que no les interesa lo que dicen desde la palestra y se pierden siguiendo el vuelo de una mosca o bien se preguntan “¿Quién está ausente en Ítaca?”. Pero a veces ambos hacen planes: uno escribe su primera obra de teatro y el otro escribe muchas, es una máquina, se inventa historias por todos lados. Pues bien, por cosas del destino o las canciones elegidas o porque no hay mejor lugar para hacer un plan que no es un plan, estos dos escritores coincidieron en un aeropuerto y quedaron de hacerla, de escribirla. Supongo que se dieron un abrazo al despedirse. Roger viajó a Guadalajara y Héctor a Berriozábal. Hubo zoom, internet Infinitum, fallas en el suministro de energía, un divorcio, una obra de teatro donde cantan unos gorditos y por fin: la novela. Que leí e hice una sugerencia (me gustaba el otro final) y no me hicieron caso y lo cambiaron. Necios. Pero el resultado es genial, porque, como una vez leí, la memoria la hacemos todos: escritores y lectores, los tesoros en el naufragio.
Luis Daniel Pulido. Poeta
El pasado es un naufragio del que no puedes escapar. Un thriller emocionante que te llevará a través del tiempo y la memoria.
Tania Corzo. Escritora
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Presentar Tesoros en el naufragio es un acontecimiento afortunado para mí, por dos razones: la primera, es porque me dio la oportunidad de leer esta novela que explora una de las formas de amistad más lindas y duraderas (algunos psicólogos aseguran que es la única y verdadera amistad): la de la infancia; y la segunda, porque los autores son estos dos hombres a los que quiero entrañablemente y admiro aún más: Héctor Cortés Mandujano, amigo y eterno maestro, con quien desde hace 20 años hemos estado juntos en un sinfín de talleres, proyectos, paseos, fiestas, charlas filosóficas, confidencias y confesiones. Una vez hasta planeamos un crimen, que nunca llevamos a cabo, pero que habría sido todo un éxito. Y Roger Octavio Gómez Espinosa, a quien me une, además de la amistad de años, enmarcada siempre en el quehacer literario, un cercano parentesco (del que estoy muy orgullosa, por cierto); y a quien admiré como escritor desde que leí su primera novela.
El que estos dos grandes y admirados míos hayan escrito Tesoros en el naufragio, para mí, ya era garantía de que iba a disfrutar enormemente esta novela, y no me equivoqué. Leí dos versiones diferentes, la primera versión se titulaba Sin concurrencia de varones, y la segunda versión ya terminada y calientita, recién salida de los hornos de Editorial Tifón, es la que hoy estamos presentando. Las dos lecturas me atraparon. Me sumergí en la trama narrada, al principio, por la voz de su protagonista, Víctor, quien, al quedar varado en el pueblo de su infancia, se ve invadido de recuerdos, cargados de sensaciones y dudas. Una historia que, vista desde sus ojos infantiles de aquel tiempo, pareciera llena de suspenso, intriga, secretos y aventura… ¿O no sólo lo parece?, ¿sucedió?, ¿qué hay detrás de esos recuerdos escabrosos? Empieza el misterio. Una habitación siempre cerrada, una abuela enigmática, un hermano perdido… No exagero al decir que hay un par de momentos en que la lectura obliga al lector a enderezar la espalda y poner un puntito más de atención a la trama. La historia va alternando entre el presente y el pasado, y en esa danza en el tiempo, se van mostrando los personajes de adultos y de niños. Así podemos conocer a Vero, Carlitos y Santi. La amistad desarrollada durante la infancia, es un vínculo cómplice y libre, por eso es tan duradera, leal y sincera. ¿Llegar a la edad adulta nos salva de los miedos y las angustias?, ¿olvidamos los sueños y las fantasías de la infancia? Yo creo que no. Se presentarán de vez en vez, de manera sorpresiva, durante toda nuestra vida. Perdurarán en nuestro anecdotario íntimo y personal más preciado, para bien o para mal. Y para esto está la palomilla de la infancia. Ellos saben y lo comprenden sin que les cuentes. ¿Qué les vas a contar?, si estuvieron ahí, presentes, en cada paso, en cada momento. Vero (un personaje con el que me identifiqué en su versión niña, y la única mujer del cuarteto de amigos), inquisidora, curiosa, con tendencia a encontrar significados ocultos en todo, la que hace las preguntas precisas y difíciles, las preguntas que todos se deberían hacer, en un momento toma la voz narrativa, nos muestra el otro ángulo de la historia. Nos hace desandar el camino andado y, como todos los caminos vistos en sentido contrario, nos muestra otro paisaje. Santi y Carlitos, con sus personalidades tan disímbolas y contrarias, complementan y sostienen a este grupo que, a modo de cada uno, se comprenden y se apoyan sin juzgarse… De alguna manera, a pesar de la distancia, el tiempo y la vida, la vida que los lleva por distintos caminos que se cruzan de vez en cuando, del amor y desamor (porque también hay de eso en esta novela), se siguen tomando de las manos, como cuando eran niños. ¿Qué somos, si no nuestros recuerdos? Si de un momento a otro nos borraran la memoria, no queda nada. Empezaríamos de cero a construir nuestra historia, nuestra identidad. Somos nuestra memoria. Esta novela también trata de esa memoria personal que es nuestra esencia, y de la memoria compartida con quienes caminan a nuestro lado, y que se traduce en manos que nos sostienen, que nos toman y nos levantan; se trata también de esas palabras, personas e imágenes de nuestra historia personal, que nos apuntalan en momentos difíciles, de esos tesoros que siempre quedan después del naufragio y con el tiempo van adquiriendo más y más valor. Dicen (los autores) que no fue su intención que esta novela se volviera un remover de infancias. Pero yo agradezco que así sea. Fue inevitable, al leerla, repasar también algunos momentos de mi vida con la mirada curiosa de aquella niña que bien podría ser Vero. Espero, lector, lectora, que disfrutes de este libro, que te atrape la historia, y te arrastre en un naufragio de recuerdos, y que encuentres que está ahí, en ese niño/niña, el secreto para salir a flote. Gracias por escucharme.
___________oOo____________ [Texto leído durate la presentación de la novela Tesoros en el naufragio, de Héctor Cortés Mandujano y Roger Octavio Gómez Espinosa, el 17 de octubre de 2024.]
Fotografía: Adriana Corzo.
Sobre la autora:
Mónica Corzo. Villaflores, Chiapas, México.
Inició su carrera profesional como Licenciada en Ciencias de la Comunicación y maestrante en Comunicación Educativa e Inteligencia Emocional. Durante su etapa de estudiante publicó algunos artículos en el semanario Este Sur.
Fue redactora en las Secretarías Técnica y de Comunicación Social del Gobierno del Estado de Chiapas. Colaboró en la elaboración del libro El nuevo rostro de ChiapasyelDiccionario enciclopédico de Chiapas, ambos publicados por el Gobierno Estatal,y dio clases de literatura y filosofía, torciendo luego el camino para convertirse en una empresaria que nunca quitó los dos pies del terreno de la literatura.
Durante los últimos veinte años ha sostenido con ahínco empedernido la existencia del Taller Literario del maestro Héctor Cortés Mandujano, de donde es la alumna siempre ausente, la admiradora fiel de sus compañeros escritores, y coautora de las novelas colectivas inéditas Norte 17 y Delta; Así como del cuento «Un mal día para suicidarse», publicado en el libro 8 Mujeres, Editorial Tifón, 2019 .
Ha incursionado en Teatro y en lecturas de atril. También es miembro activo de la Rial Academia de la Lengua Frailescana. Aunque lo suyo, suyo, es preparar el café que invita a la lectura.
A mi hija Anabel, inspirado desde su gestación hasta su primer año de vida. Junio de 2015
Tu origen: un milagro palpable, revolución inefable, perfecto amor institivo, potencia sobrenatural, gran revelión de respeto y admiración, reperentación pura y plena del bien.
Tu llegada: cuerpo tibio, imagen íntegra, imponentes alas de plata, aura resplandeciente, signos grabados de esperanza y paz, sinfonía propia llamando a la humanidad.
Me encuentro contigo, me hablo a mí mismo, descubro un amigo, mi ser desconocido. espejo sincero, confesión perpetua, verdad absoluta nutriendo a la existencia.
Te pareces bastante a tu adorable madre, semejantes en piel, corazón y semblante. ¿Qué tienes de mí, tu afortunado padre? ¡No lo sé... y no importa! Lo valioso es coincidir, crecer entre jardines, volar sobre el mar.
No conozco el cielo, pero tengo tu sonrisa, observo tus ojos interestelares, y tiemblo, sé que dentro de ellos hay otra dimensión, cuando muera pido dormir en su espacio, lo necesario, hasta volverte a ver.
Su gusto por la música y la lectura comenzó en la adolescencia, mismos que se convirtieran en pasión y fuente de inspiración para la poesía. No concibe la vida sin arte, así que, lucha a diario por un desarrollo personal, una evolución constante y un equilibrio permanente dentro de su munco familiar, laboral y artísitico.
En 2022 publicó su colección de poemas sueltos con Amate Editorial. Mención honorífica en la cuarta edición del concurso de cuento corto y minificción «Café y Tinta» 2024.