De faros y foros. MAMA, I’M COMING HOME. Luis Daniel Pulido

Fotografía: onat çipli: https://www.pexels.com/photo/neon-sign-on-a-brick-wall-15463194/

MAMA, I'M COMING HOME

Fui un niño solitario. Conocí la violencia dentro de lo que era mi casa. Ocho años, apenas, por un par de miserables, “dos hermanos” horribles, la parte chiapaneca. Me replegué en mi imaginación: mis propias reglas, mis silencios, mi ausencia de esta tierra. Conocí el rock y he sido feliz con esa música. Tuve amigos dentro de esos escenarios, crecí con ellos. Me salvaron. Hoy murió Ozzy Osbourne, el Príncipe de las Tinieblas; con él brinqué, sané, fui realmente feliz. Ningún terapeuta y ningún psicólogo hizo más que él por mí.

All Boys!

Descansa en paz, gordo querido

Luis Daniel Pulido

Yo soy el buzo, tú la estatua, no lo olvido jajaja. Se me olvidó: saludos al gran Roger.


Sobre el autor:

Luis Daniel Pulido (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas).

Ha publicado los libros Pollito Card, UNICAH; Prohibido degollar patos, Editorial Almada Broders; Nunca sonrías a Optimus Prime, Espejitos de papel Editores, Puerto Rico; Bruce Wayne y la generación X (un concierto de rock para Chulpan Khamatova); Baxter Memories (vida y obra de Víctor Von Doom), Tifón editorial. Lo puedes seguir en su Blog poético Popotitos 22.

Desde la buhardilla. 9. Eclipses. Gabriel Mendoza García

Fotografía: proporcionada por el autor.


Eclipses

Parece una tarea imposible hablar sobre la nada. ¿Qué se puede decir al respecto? Quizás sea mejor pensar en decir algo que hablar de aquello que, por definición, carece de contenido. Sin embargo, hoy me enfrento a la necesidad de adentrarme en sus entresijos.

Una sensación de vacío me atraviesa, un desapego involuntario hacia el mundo y sus habitantes. Aquí, en este espacio inmaterial, sólo me tengo a mí. Me necesito porque me quiero, pero no me quiero porque me necesito. En esta paradoja personal resuena la contradicción existencial que Jean-Paul Sartre describía: la conciencia de la propia existencia se convierte en una carga, en un peso que arrastramos sin elección.

A mi alrededor, otras voces se desvanecen, convertidas en ruido y estática que reverberan en mis oídos. En el universo de las sensaciones, las palabras son frágiles, incapaces de contener la totalidad de lo que experimentamos. Me encuentro flotando en una galaxia de melancolía, anhelando el fin, pero temiéndolo a la vez. La contradicción más grande del ser humano reside en esta lucha interna: el deseo de desaparecer y, al mismo tiempo, la necesidad de ser reconocido.

No, no quiero ser visto; no busco atención. Lo que necesito es ser reconocido. Ya he dado demasiado, me he entregado sin reservas a quienes no respetan ni a los demás ni a sí mismos. ¿Cómo pueden respetarme quienes han olvidado su propio valor?

Vuelvo a los vacíos brazos de la nada, un refugio ideal para el ascetismo. Cuanto menos me relacione con mentes turbulentas, mejor podré calmar mis propios demonios. La tormenta ha cesado. Ha terminado una etapa de vida ensombrecida por problemas ajenos, por la exigencia constante de estar disponible… Mis heridas han cerrado, pero eso no significa que las haya olvidado. La tormenta pasó hace tiempo.

Fuera de la nada, me entrego a la luz del sol. Me uno, pues, a la súplica profesa: que, como el sol de los corazones, la luz de tu ser resplandezca. Eclipsa, por favor, eclipsa esta oscuridad.

GMG
15/03/2025

Fotografía: proporcionada por el autor.
Fotografía: proporcionada por el autor.

Sobre el autor:

Gabriel Mendoza García (Ciudad de México, 1984) escritor y creador de videos y contenido en redes sociales, fundamentalmente en la actualidad a través de la plataforma Alcance Tendencia Mx. Fan acérrimo del dúo musical europeo Lacrimosa, quienes representan su mayor fuente de inspiración, desde niño destacó por centrar sus esfuerzos cognitivos en mundos imaginarios y por valerse de su sensibilidad. Su primer intento literario fue El Oráculo de Gaia, una reinterpretación de El Señor de los Anillos, de la cual no queda ninguna evidencia. Su verdadera encomienda personal con la literatura es la saga Sofía, la única que tiene como epicentro la Ciudad de México, una obra coral, apocalíptica, empapada de misterio, acción, suspenso, drama, mitología, ciencia ficción, acción y aventura que, al modo de la mítica serie de televisión Lost, se centra en sus personajes y que comenzó a fraguarse en el otoño de 2007, cuyo primer fruto es Emanación. Es miembro del comité editorial de Almuzara México.

Desde la buhardilla. 8. Las cosas que odio. Gabriel Mendoza García

Foto proporcionada por Gabriel Mendoza García.


LAS COSAS QUE ODIO
No siempre se puede ser positivo ni mantener el mejor ánimo. Por eso, esta noche he decidido entregarme al arrebato, a la catarsis y a esa indiferencia que reposa en el enojo. Últimamente odio muchas cosas; odio lo que significan en mí, más no lo que son en realidad. Siempre hay que ver el hecho en sí, no en ti ni en mí. Por esa razón, me doy licencia para arrojar zopilotes como letras. No hay nada bueno que decir.
Odio el jodido Metrobús. Odio que cada estación me recuerde nuestros peores momentos. Largos recorridos de incertidumbre, llanto y caras tristes. No niego que extraño los besos robados en tu cuello, recargados sobre el gusano de conexión, mientras los ánimos se volvían más y más impropios. Pero esta noche gana por mucho el mal sabor de boca. Las amargas despedidas, las lágrimas, los sombreros y verte marchar sin siquiera esforzarte en dar la vuelta y regresar a mí. Nunca lo hiciste, porque ese es el papel del hombre, ¿no?
Lo peor del puto Metrobús es pasar por Centro Médico. En cada esquina, una desgracia: en una, la entrada por donde incontables veces recorrí el camino en busca de mi padre, recuperándose de un infarto; en la otra, te vi con él. Me cago en Centro Médico y me recago en el jodido Metrobús.
Odio las motocicletas, esas armas indispensables cuando ya no eres joven y no te queda mejor táctica para seguir buscando el apareamiento. Odio a los más versados, esos orfebres del «tener todo bajo control», que son siempre los primeros en accidentarse. Y peor aun cuando se es mayor y se padecen impedimentos físicos. Odio que no cedan el paso, que les valga verga la situación de los peatones. Así que, en este mismo bolso, me da la gana echar también a los jodidos ciclistas: los dueños de la moral y el civismo urbano.
Odio no tener control de mis emociones, lo cual me lleva a hacer el ridículo con estas demostraciones de visceralidad pura y dura. Odio que se me dé tan bien ser un nervio expuesto, una úlcera encarnizada, una olla exprés a punto de reventar. Odio que mis instintos más básicos se rijan por la pasión, por la profunda depresión, el odio más visceral, la risa más ruidosa (aunque en eso nadie compite con la tuya) o la euforia absoluta. Odio encerrar a mi cerebro bajo cuatro llaves; el pobre siempre pugna por que lo deje hablar, pero solo lo suelto cuando la culpa me carcome.
Odio que te hayas ido de mi vida como si hubieras muerto y yo visitara tu tumba todos los días, gritándote reproches que jamás escucharás. Odio tus oídos sordos y tu vista indiferente, tu cara de culo cuando te enojas. Pero nada, NADA, le gana al odio que le tengo a tu orgullo: ese orgullo mezquino, arraigado bajo el pretexto de que «así me enseñó a ser la vida». Y sí, odio a tus amiguitos. Los odio como ellos me odian a mí. Así que estamos a mano en odios.
Odio que me odies, porque yo no te odio. Solo odio unas cuantas cosas que me recuerdan lo que tuvimos. Y no es que haya sido malo, no. Eso lo atesoro… Odio que ya no lo tenemos. Odio todos los lugares que pisamos: tristes recordatorios del fracaso. Odio la comida y los helados. Odio ir al puto cine. Odio tener que ir a los conciertos de mi grupo favorito porque sé que allí estarás, allí estaremos, y odio saber que, para entonces, me atacarás con la más lapidaria indiferencia que puedas convocar.
Uno: para demostrarte que eres una cabrona, chingona, empoderada, que ya tiró la chancla y que ni loca la recoge.
Dos: para causarme el dolor que yo te haya causado.
Tres: para aparentar que nada de esto puede ser comprobado con hechos y que son solo ideas mías, que nacen, crecen y viven dentro de una batalla contra mí mismo.
Odio tener que recurrir al odio. Odio odiar, como dirían por ahí. Pero prefiero ser honesto conmigo mismo. Al mundo, que le den por culo. A veces se siente bien odiar, exudar la ira y el rencor. Después vendrá el llanto y, probablemente, en algún momento, la serenidad. Pero no será este día.
Hoy es día de dejarse llevar por los senderos de la furia. De sentir el sabor metálico en las encías. De rechinar la dentadura con paroxismo, azotar las manos contra la mesa y largarse a gritarle a la luna que es una mentirosa. No hay promesas que un astro tenga que cumplir.
Odio escribir esto, pero no lo pienso borrar.

Gabriel Mendoza García.

Foto proporcionada por Gabriel Mendoza García.
Foto proporcionada por Gabriel Mendoza García.

Sobre el autor:

Gabriel Mendoza García (Ciudad de México, 1984) escritor y creador de videos y contenido en redes sociales, fundamentalmente en la actualidad a través de la plataforma Alcance Tendencia Mx. Fan acérrimo del dúo musical europeo Lacrimosa, quienes representan su mayor fuente de inspiración, desde niño destacó por centrar sus esfuerzos cognitivos en mundos imaginarios y por valerse de su sensibilidad. Su primer intento literario fue El Oráculo de Gaia, una reinterpretación de El Señor de los Anillos, de la cual no queda ninguna evidencia. Su verdadera encomienda personal con la literatura es la saga Sofía, la única que tiene como epicentro la Ciudad de México, una obra coral, apocalíptica, empapada de misterio, acción, suspenso, drama, mitología, ciencia ficción, acción y aventura que, al modo de la mítica serie de televisión Lost, se centra en sus personajes y que comenzó a fraguarse en el otoño de 2007, cuyo primer fruto es Emanación. Es miembro del comité editorial de Almuzara México.

Desde la buhardilla. 7. Héroes públicos. Gabriel Mendoza García

Fotografía proporcionada por Gabriel Mendoza García.

Héroes públicos

Soñar despierto se ha normalizado tanto… Es un síntoma infectado de cotidianeidad. Damos por sentadas esas ideas maravillosas, descartándolas de antemano por su aparente imposibilidad. No, peor aún: asumimos que son solo sueños, y los sueños, sueños son. Pero eso no debería inquietar a nadie. Conseguir lo que se desea con el corazón es posible, aunque requiere empeño, disciplina, dedicación y trabajo. Sin embargo, no todos están dispuestos a pagar ese precio.

Ahora bien, todo esto no aplica para quienes nacieron bajo el estigma de una condición impuesta por voluntades ajenas. Niñez trastocada por una caducidad anticipada. ¿Quién puede negarles el derecho a soñar? Lo único que les queda es precisamente eso: la esperanza de ser la excepción a la regla. La esperanza de que, en este mundo, aún se puede creer en los milagros.

Eso fue lo que atestigüé en decenas de ojos iluminados por el sol.

«Queremos estar en el sol», dijeron, cuando, por prudencia, les pedimos que permanecieran en la sombra para evitar quemarse.

Confieso, con el corazón incendiado, que nunca le di importancia al sol. Desde pequeño di por sentado su brillo y su calor. Pero lo que yo piense sobre él es irrelevante. Lo que importa es entender cómo, para esos niños, el sol lo es todo.

Artistas en toda la extensión de la palabra. Artesanos también. Vi en sus obras —tareas que les encomiendan en el centro donde acuden— una mirada de esperanza pintada en colores y matices. No, analizar su pasado tormentoso, a menudo ignoto, es ocioso. Aquí se trata de vislumbrar las ganas que tienen de vivir.

Todos ellos se han inmortalizado en sus pinturas y creaciones. Todos y cada uno merecen vivir muchos años. Merecen no ser invisibles ante la amarga rutina. No nos olvidemos de ellos.

Podrán estar rotos por dentro en lo que respecta a la salud, pero en sus sonrisas atestigüé que están más enteros del alma que muchos de nosotros.

No pretendo ser ejemplo de nada. Lo más probable es que no lo sea. Pero sí puedo jactarme de mi empatía y del deseo genuino de que otros estén mejor. Por eso decidí compartir esto. No me interesa dar clases de moral ni convertirme en modelo de virtud. Solo quiero invitar a la reflexión, a apelar a esa empatía que todos albergamos en ese nudo en la garganta cuando se trata de corazones rotos.

Y que esto sirva también como un agradecimiento a la fundación altruista Héroes Públicos, quienes llevan más de diez años realizando estas misiones desinteresadas, con un único propósito: recordarles a los enfermos y olvidados que el sol sigue ahí afuera. Impaciente. Ansioso por volver a iluminar sus rostros y asegurarles que siempre, siempre hay esperanza.

Gabriel Mendoza García


Fotografía proporcionada por Gabriel Mendoza García.
Fotografía proporcionada por Gabriel Mendoza García.

Sobre el autor:

Gabriel Mendoza García (Ciudad de México, 1984) escritor y creador de videos y contenido en redes sociales, fundamentalmente en la actualidad a través de la plataforma Alcance Tendencia Mx. Fan acérrimo del dúo musical europeo Lacrimosa, quienes representan su mayor fuente de inspiración, desde niño destacó por centrar sus esfuerzos cognitivos en mundos imaginarios y por valerse de su sensibilidad. Su primer intento literario fue El Oráculo de Gaia, una reinterpretación de El Señor de los Anillos, de la cual no queda ninguna evidencia. Su verdadera encomienda personal con la literatura es la saga Sofía, la única que tiene como epicentro la Ciudad de México, una obra coral, apocalíptica, empapada de misterio, acción, suspenso, drama, mitología, ciencia ficción, acción y aventura que, al modo de la mítica serie de televisión Lost, se centra en sus personajes y que comenzó a fraguarse en el otoño de 2007, cuyo primer fruto es Emanación. Es miembro del comité editorial de Almuzara México.

Desde la buhardilla. 6. Hay que matar al gusto. Gabriel Mendoza García

Fotografía proporcionada por Gabriel Mendoza García.

Hay que matar al gusto

Estoy profundamente cansado de los argumentos ramplones cuando se trata de enfrentarse a una obra artística. Afirmaciones atrevidas como “la película me pareció aburrida” o “la canción está mal compuesta”, resultan más comunes que corrientes en nuestra cotidianeidad. El arte, en cualquiera de sus formas, es un fenómeno profundamente subjetivo. La música, el cine, la literatura, la pintura y otras expresiones artísticas están sujetas a la percepción individual, la cual se ve influenciada por una multitud de factores personales y socioculturales. Sin embargo, el gusto personal no debe confundirse con una evaluación objetiva de la calidad de una obra. La relación entre el gusto individual y la apreciación del arte, bajo la percepción subjetiva, no puede ni debe ser utilizada como un criterio absoluto para determinar el valor de una obra. La afirmación de que una obra es aburrida o irritante responde a la experiencia individual y no a la naturaleza intrínseca de la obra misma. Un individuo puede encontrar tedioso un libro clásico, mientras que otro puede considerarlo una joya literaria. Esta diferencia radica en factores como la formación académica, el contexto cultural y la exposición previa a obras similares. El fútbol, por ejemplo, puede resultar apasionante para algunos y tedioso para otros. La apreciación del deporte depende del conocimiento de sus reglas, la historia detrás de los equipos y el contexto competitivo en el que se desarrolla. Del mismo modo, una obra de arte puede no generar impacto en quien carece de un marco de referencia adecuado para comprenderla. A menudo, se argumenta que ciertos criterios pueden establecer la calidad objetiva de una obra. La técnica, la innovación, el impacto histórico y la influencia cultural son algunos de los factores que suelen considerarse en la evaluación del arte. Sin embargo, incluso estos criterios están sujetos a la interpretación humana y al contexto en el que se aplican. Por ejemplo, la obra de Leonardo da Vinci ha sido considerada como la cúspide del arte renacentista, pero eso no impide que haya personas que no experimenten ninguna emoción al contemplar La Mona Lisa. Esta falta de conexión emocional no invalida la relevancia de la obra en la historia del arte. Uno de los factores que más influye en la percepción del arte es la educación. La capacidad de apreciar una obra no sólo depende del talento natural del espectador, sino también de su formación. Alguien sin conocimientos musicales puede considerar la música clásica como monótona, mientras que un músico entrenado puede identificar la complejidad de las composiciones de Beethoven. La educación artística es precisamente la que permite desarrollar un sentido crítico más amplio, ayudando a distinguir entre el gusto personal y la calidad de una obra. En este sentido, la exposición a diferentes estilos y corrientes artísticas fomenta una apreciación más profunda y matizada del arte. El problema, es que no hay interés ni compromiso en empaparse, ya no digamos estudiar las diferentes corrientes del arte. El error más común en la crítica amateur es asumir que el gusto personal equivale a un juicio de calidad. Muchas veces, una persona descarta una obra simplemente porque no se alinea con sus preferencias sin considerar su valor artístico. Esta confusión se ve exacerbada en la era digital, donde las redes sociales han dado voz a opiniones carentes de fundamento crítico. Incluso las grandes obras de la historia han sido objeto de rechazo en su momento. Vincent van Gogh murió sin haber visto el éxito de su arte, y hoy es considerado uno de los pintores más influyentes. La música de Gustav Mahler fue despreciada en su época y posteriormente redescubierta como una de las más innovadoras del siglo XX. En conclusión, el gusto personal es un reflejo de la subjetividad humana y no un criterio absoluto de valoración artística. La apreciación del arte requiere conocimiento, contexto y educación. Atribuirle a una obra defectos intrínsecos basándose únicamente en la percepción individual es un error que limita la comprensión del arte en su totalidad. El debate sobre la calidad artística debe ir más allá de la simple preferencia personal y basarse en análisis críticos que consideren múltiples dimensiones de una obra. Y aquellos que, aun así, decidan fundamentar sus ideas en función de su gusto, déjenme comunicarles que también existe el “mal gusto”. En cualquier caso, es válido que te guste o disguste alguna cosa u otra, pero eso no debe impedir la relevancia de la cosa u obra, y mucho menos, debe orillar a que exista una falta de respeto. Claro, todos podemos tener una opinión, mas no todas las opiniones son respetables. Esa es una de las falacias más oportunas de nuestra realidad, querer defender el derecho a hablar fundamentado en la libertad de expresión. Pero, ese es tema de otro análisis. 

Hay que matar al gusto, sí, requisito primordial para poder alistarse en el intercambio de ideas. Concluiré con esta frase: “cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo”.

Gabriel Mendoza García


Fotografía proporcionada por Gabriel Mendoza García.
Fotografía proporcionada por Gabriel Mendoza García.

Sobre el autor:

Gabriel Mendoza García (Ciudad de México, 1984) escritor y creador de videos y contenido en redes sociales, fundamentalmente en la actualidad a través de la plataforma Alcance Tendencia Mx. Fan acérrimo del dúo musical europeo Lacrimosa, quienes representan su mayor fuente de inspiración, desde niño destacó por centrar sus esfuerzos cognitivos en mundos imaginarios y por valerse de su sensibilidad. Su primer intento literario fue El Oráculo de Gaia, una reinterpretación de El Señor de los Anillos, de la cual no queda ninguna evidencia. Su verdadera encomienda personal con la literatura es la saga Sofía, la única que tiene como epicentro la Ciudad de México, una obra coral, apocalíptica, empapada de misterio, acción, suspenso, drama, mitología, ciencia ficción, acción y aventura que, al modo de la mítica serie de televisión Lost, se centra en sus personajes y que comenzó a fraguarse en el otoño de 2007, cuyo primer fruto es Emanación. Es miembro del comité editorial de Almuzara México.

Desde la buhardilla. 5. Reflejo de fuego y agua. Gabriel Mendoza García

Ilustración proporcionada por Gabriel Mendoza.

Reflejo de fuego y agua
Parece como si nuestros calendarios fueran papiros amarillentos y estuvieran a un suspiro de resquebrajarse. Hubo una época en que las antorchas se sostenían a dos manos, una mía y otra ajena, pero ambas esperanzadas a que la luz de la llama sirviese de guía. En cambio, de nuestros suspiros emanaron hecatombes y tornados, producto del orgullo y todas esas palabras que optamos por verter en jeroglíficos y pinturas rupestres, en lugar de pronunciarlas con las bocas que antaño no podían vivir la una sin la otra… Y así, avivaron las llamas hasta convertirse en incendio. No lo notamos al principio; sólo sentíamos el calor, confundiendo intensidad con pasión, con verdad. Y cuando quisimos apagarlo, ya habíamos convertido en cenizas lo que un día fue refugio.
Nos miramos en los espejos que nos tendimos mutuamente, esperando que el otro viera su reflejo y entendiera. Pero esos espejos no mostraron la verdad, sólo lo que quisimos ver. Así nos vimos: distorsionados, culpándonos en cada reflejo sin darnos cuenta de que ambos sosteníamos el cristal.
Navegamos mares de palabras no dichas, de gestos torpes y respuestas tardías. Creímos que, dejando boyas de insinuaciones en el agua, el otro las recogería y entendería su significado. Pero el mar no guarda los mensajes como el papel; los disuelve, los distorsiona, los arrastra lejos. Y en ese vaivén de olas y distancias, nos volvimos náufragos de un barco que nunca supimos remar juntos.
Pero hay un punto en toda travesía en el que se debe decidir entre aferrarse a los restos del naufragio o nadar hacia la orilla. Entre avivar el fuego o dejar que se apague en paz. Entre seguir viendo espejos empañados o darles la espalda y seguir caminando.
Hoy es necesario soltar. No por derrota, sino por entendimiento. Porque sé que hay senderos que se cruzan sólo un tiempo, incendios que es mejor dejar que se consuman, reflejos que ya no es necesario analizar. Y porque sé que, en algún rincón de este vasto océano, el viento seguirá llevando buenos deseos.
El hartazgo de vislumbrar los peores escenarios en lontananza ya me ha consumido. Soy el esqueleto de todas las promesas y estrellas fugaces. El faro sin luz que no guía los navíos hasta buen puerto. El veneno que me inoculan mis demonios ha cobrado cada célula de mi cuerpo. El pariente incómodo en la cena de Navidad. No hay nada bueno que pueda emanar de un tronco podrido, ni siquiera abono para nuevos brotes.
Será en otra ocasión…
Así que, dondequiera que estés hoy, estoy seguro que el sol brillará para ti y para aquellos que transitan el camino del bien. La vida, con su propio ritmo, ha de darte todo aquello que haga bailar tu alma.


Ilustración proporcionada por Gabriel Mendoza.
Ilustración proporcionada por Gabriel Mendoza.

Sobre el autor:

Gabriel Mendoza García (Ciudad de México, 1984) escritor y creador de videos y contenido en redes sociales, fundamentalmente en la actualidad a través de la plataforma Alcance Tendencia Mx. Fan acérrimo del dúo musical europeo Lacrimosa, quienes representan su mayor fuente de inspiración, desde niño destacó por centrar sus esfuerzos cognitivos en mundos imaginarios y por valerse de su sensibilidad. Su primer intento literario fue El Oráculo de Gaia, una reinterpretación de El Señor de los Anillos, de la cual no queda ninguna evidencia. Su verdadera encomienda personal con la literatura es la saga Sofía, la única que tiene como epicentro la Ciudad de México, una obra coral, apocalíptica, empapada de misterio, acción, suspenso, drama, mitología, ciencia ficción, acción y aventura que, al modo de la mítica serie de televisión Lost, se centra en sus personajes y que comenzó a fraguarse en el otoño de 2007, cuyo primer fruto es Emanación. Es miembro del comité editorial de Almuzara México.

Desde la buhardilla. 4. Lo encontré en La. Gabriel Mendoza García

Lo encontré en La


He buscado en los ojos de mi madre, encontrando constelaciones esmeraldas que orbitan en un cosmos de inefable ternura, donde cada destello es un susurro de amor eterno. He buscado en el pelaje de mis gatos, descubriendo allí una suavidad indescriptible, como si cada hebra fuera un refugio tejido por manos divinas, un calor que combate el filo implacable del invierno. He buscado en el verdor resplandeciente de las hojas de Joaquín, el noble fresno que le regala sombra a mi casa. Entre sus ramas hallé un respiro de frescor, pero también el lamento de un mundo asfixiado por el humo ponzoñoso de su propia destrucción. He mirado en la penumbra del ocaso y en las estrellas que despiertan en las gélidas noches de invierno; sólo vi la inconmensurable eternidad, sonriendo en su silencio, con la luna como un eco de su enigma. He buscado en la acidez mezclada con dulzura de las zarzamoras, en la piel aterciopelada del durazno, en el crujir cristalino de la manzana y en la pulpa embriagadora del mango. Sólo encontré allí destellos de un edén perdido, deleites incomparables que susurran memorias de un paraíso primigenio. He indagado debajo de mi piel, en la sangre que escribe estas líneas, en los pulmones que se expanden con el aire, y en el estremecimiento de mi carne al recordar. No he dado con él. He buscado en el brillo solar que me deslumbra por las mañanas, calentando mi piel con la promesa de un fulgor que resistirá incluso la muerte del mundo, pero tampoco estaba allí. Mis pasos me llevaron a las tierras altas, donde alguna vez me perdí en un amor tan vasto como sus montañas. En sus calles empedradas, en sus torres que arañan el cielo, en sus ríos y en sus cafés, sólo hallé milagros del mundo antiguo, ecos de cosmogonías lejanas y monumentos que veneran la fugacidad de lo eterno. Entré a las iglesias, buscando en sus sombras y en sus vitrales. Pero sólo encontré un silencio que parecía cavar dentro de mí, un vacío que me empujó a huir sin mirar atrás, sin importar si faltaba al respeto o dejaba mi sombrero puesto. Te busqué también en las aguas saladas del Pacífico, dejando que la arena se hundiera bajo mis pies, mientras el oleaje cantaba su canción eterna. Sólo sentí la cálida brisa marina, el sol que acaricia sin quemar, las memorias infantiles que hierven con la añoranza. He buscado en las palabras de mi padre, siempre poderosas y envueltas en un manto de amor que pesa y consuela a la vez. Allí encontré el sonido del alivio y la calma, pero no te encontré a ti. He buscado en todos y cada uno de los besos que robé, en cada par de parpados cerrándose, sucumbiendo ante mí, pero sólo pude disfrutar de la dicha de estar vivo. He buscado en estas letras, miles y miles de ellas, algunas vivas, algunas muertas y otras por nacer, pero ni siquiera yo puedo jactarme de ser creador y buscarlo al mismo tiempo, sólo hallé mi oficio y mi vocación. He buscado en las fotografías, en los daguerrotipos, en videos y en pantallas, pero sólo han aparecido pobres imitaciones, aproximaciones, eso sí, fantásticas y alucinantes, dignas de idolatrarse y venerar, pero no, no eras tú. Recorrí acantilados, bosques y llanuras, edificios grises y avenidas rebosantes de vida. En cada rincón vi rostros similares al mío, almas que llevan la melancolía derritiéndose en sus mejillas y un brillo de anhelo inextinguible en sus corazones. Miré en mi pasado, en mi presente, en mis bolsillos vacíos y en una mochila desgastada que guarda los restos de quien fui. Busqué en los libros de mi estantería, y leí tu nombre muchas veces, más de las que podría citar en este texto, pero no te encontré precisamente allí, casi, pero no, no se trataba de ti. Bajé por las escaleras y le pregunté a mi perro, él me miró con ojos inundados de inocencia, olisqueó mi mano y después aulló. Si bien no encontré nada, fue él quien me dio una pista. Volteé al interior de casa y vi a mis hermanos, jugaban, estaban inmersos en lo suyo, ajeno al horrible mundo que a diario nos sobrecoge con sus noticias, y en ese estado entendí que quizá ya te conocían. Días atrás me encontré en el último autobús que me dejaría cerca de donde habito, iba vacío y el chofer se olvidó de encender la luz, quizá ni me vio… Y yo, mirando el pasamanos de acero, entendí que, cuando suspendes el estrés y la ansiedad, la paz resurge del silencio, un apenas perceptible lugar entre el sagrado silencio y dormir… Llegué, subí a la buhardilla, me senté en mi silla… Pensé en volver a fumar, pero antes, me puse los audífonos. Busqué una canción y apreté el botón de reproducir… y allí fue donde te encontré.

No hubo dudas, fue una zambullida en el mar antártico, un ventarrón a bocajarro…


Lo encontré en La, en Fa, en Re y en Sol. Lo encontré en Sí y en Do, en Mi y en todas las bemoles. ¿Cómo pude soslayarlo? Vives en cada nota que provoca temblores en el alma, en cada mirada anegada, como un cable a tierra entre los recuerdos y el hoy, eres el baile invisible que nos lleva de regreso a la vida. Es gracias a ella que tengo fe, pues si me lo llegasen a preguntar, diría que sí, ¡creo!, ¡creo! Soy devoto fiel, irredento y perdido en sus ríos. Es ella quien le da sentido a todo, es la sal en la comida, el azul del océano y la luz de todos los ojos que miran con nostalgia… Cada vez que escuche la arrogante afirmación del ateo, cuándo se jacte de que no existe Dios, le diré sin rodeos: La música, allí es donde encuentras a Dios.


Tal y como José Arcadio Buendía lo sintió, en la mágica pianola de Crespi. Aunque a diferencia suya, que creyó que Dios era el ejecutante invisible de la pianola, yo tengo la certeza de que lo es.


Gabriel Mendoza García
15 de enero de 2025


Foto proporcionada por Gabriel Mendoza García.

Sobre el autor:

Gabriel Mendoza García (Ciudad de México, 1984) escritor y creador de videos y contenido en redes sociales, fundamentalmente en la actualidad a través de la plataforma Alcance Tendencia Mx. Fan acérrimo del dúo musical europeo Lacrimosa, quienes representan su mayor fuente de inspiración, desde niño destacó por centrar sus esfuerzos cognitivos en mundos imaginarios y por valerse de su sensibilidad. Su primer intento literario fue El Oráculo de Gaia, una reinterpretación de El Señor de los Anillos, de la cual no queda ninguna evidencia. Su verdadera encomienda personal con la literatura es la saga Sofía, la única que tiene como epicentro la Ciudad de México, una obra coral, apocalíptica, empapada de misterio, acción, suspenso, drama, mitología, ciencia ficción, acción y aventura que, al modo de la mítica serie de televisión Lost, se centra en sus personajes y que comenzó a fraguarse en el otoño de 2007, cuyo primer fruto es Emanación. Es miembro del comité editorial de Almuzara México.

Desde la buhardilla. 3. Me abro al cierre. Gabriel Mendoza García

Me abro al cierre

Cual dinámica fluvial, el año ha transcurrido. Como muchos otros, como casi todos. Entre procesos de erosión y sedimentación; de la hidrósfera a la atmósfera, de aquí a la litósfera y, nuevamente, al abrazo de las aguas continentales. Hemos nadado contracorriente en ocasiones, pero siempre aferrados al tronco de la fe.
2024 comenzó con muchas sorpresas, pero, sobre todo, con grandes apuestas lanzadas al destino. Esperanza férrea como moneda de cambio y un temple imbatible como escudo. Así, los calendarios recorrieron sus páginas, repletas de jornadas tachadas y promesas olvidadas. Y llegó la lluvia, y llegó la noche; los ángeles lloraron diluvios sobre nosotros. El caos, como la humedad, siempre encuentra cómo infiltrarse en el alma y en los días más luminosos. Sin embargo, aquí seguimos, disfrutando de lo aprendido, porque, como he dicho antes, hay años para forjar éxitos y fortunas, y otros para forjarse el carácter. Nada puede ser tan malo cuando las recompensas se manifiestan como lecciones duras, pero necesarias. ¿Qué sería de nosotros sin una luna de sangre que ilumine nuestro rostro con carmín en noches de vigilia involuntaria?
No vale la pena hacer un balance de buenos y malos momentos, pues esos se irán revelando en fotografías: imágenes mudas y sordas, incapaces de transmitir, entre miradas y sonrisas, las historias que guardan en silencio. Es hora, entonces, de dar las gracias. A aquellos que fueron antorchas en la oscuridad. A quienes se convirtieron en mentores, compañeros de trinchera y aliados inesperados.
La primera persona a la que debo agradecer es a mi madre. Con paciencia y el cariño que uno siempre anhela, me tiende su mano y me dice que no debo preocuparme por el futuro, porque, tarde o temprano, las aguas que abandonan el río regresan a su cauce. Con sus hermosos ojos verdes, me cobija y protege contra un mundo inclemente. Irónico resulta que, a mis cuarenta años, debería ser yo quien la cuidara y protegiera. Pero así es la vida: un vaivén constante que, con una sonrisa, acepto como parte del devenir.
Mi padre merece también mi agradecimiento, desde luego. Desde su trinchera, no tan lejana, sigue creyendo en mí. Aunque no soy una copia exacta de él, aunque no viví sus mismas luchas, está orgulloso de este ser que soy, con mis propias historias y conflictos. Agradezco tenerlo todavía como una figura que inspira y, con su porte imponente, me recuerda que soy capaz de enfrentar cualquier desafío que se presente.
Un agradecimiento muy especial a una persona que, a lo largo de doce años, ha creído en mí y en lo que tengo que decir, que, pese a encuentros, desencuentros y reencuentros, el cariño permanece intacto. El hacedor de milagros que ya todos conocen y pocos valoran, que no quita el dedo del renglón cuando se trata de impulsar, dejándose la piel en cada compromiso con sus autores y colaboradores, no dejando nada para él la mayoría de las veces. Mi editor, Manuel Pérez-Petit, que no importa si sea Sediento o Almuzara, o lo que venga, siempre confiaré en tu sabiduría y conocimiento, no sólo del tema editorial, sino del mundo que nos asola. Vaya zapatos que tendrá que llenar quien sea que venga después.
Debo darle las gracias a una persona que me dedicó gran parte de su tiempo, su cariño y sus caireles. Ese tiempo es impagable, pero jamás será desperdicio, y eso no está a discusión, pues las horas que se invierten en amar, son horas que alimentan el alma, no importa si son una o dos, o mil; importan, sencillamente. No diré más porque respeto lo cíclico, lo efímero y lo sempiterno, por ello concluyo con esta frase: “Ayer la pude ver, atreviéndose a vivir, enfrentando al mundo y sin miedo a ser feliz”. Que el amor y el bien siempre iluminen tus senderos de buenaventura.
Es importante recalcar que también este año descubrí a uno de mis mejores amigos, que ya se encontraba en mi horizonte desde hace muchos ayeres, pero que su apoyo apareció de forma inesperada, como una espada valiosa que se unía a la batalla, aquel que porta a Excalibur en el momento más crítico. Después de encontrarme enlodado por tormentas pasadas, Jorge Vargas me dio la mano en plena oscuridad. Y sin él, no estaría, quizá, escribiendo esto. Estaría, probablemente, seis metros bajo ya saben dónde.
Quiero agradecer a mi mejor amiga, que quizá yo no sea su mejor amigo, pero ella sí lo es de mí, una confidente incondicional, una estrella submarina en forma de Perla que siempre está iluminando la vida de todos, guardándose poco de ese brillo para ella, y que se merece mucho más de lo que cree. No tengo mas que palabras afectuosas hacia ella, por creer en este irredento remedo de ser humano, que, como ella dice: un toro en cristalería, hace lo que puede con lo que tiene.
Christian Vizuet es otra de esas personas que pocos pueden presumir tener como amigo, pues siempre aparece de la nada y te saca una sonrisa. Es de esas personas que están, y cuidado de darlo por sentado, que en cualquier momento su talento nos lo arrebata de la mundanidad y se volverá alguien tan ocupado en lo que merece hacer y estar, que difícilmente, podremos recurrir a este Pepe Grillo moderno. Si no tienes alguien que te grite “¡Hurra!” desde bambalinas, lo siento por ti.
Gracias al Círculo de Contención de Señoras que se formó en los últimos meses del año, cenáculo de talentos, pero, por encima de todo, de buenos corazones y brazos fuertes dispuestos a luchar los unos por los otros, desde la valiente y sorprendente Valkyria; el astuto, inquieto y virtuoso Elfo, y la encantadora y vivaz Barda, dispuesta a cruzarse el carril del metrobús si la ocasión lo amerita.
Gracias a mi fiel e incondicional audiencia de cada viernes en Alcance Tendencia Radio, que también han sido un enorme círculo e apoyo, de terapia grupal, en donde se hace catarsis global mientras nos deleitamos con melodías inefables y fraternidad. Mis queridos fraters, sin ustedes, todo sería nada.
Agradecimientos especiales a mis colaboradores de locuras, aquellos que tienen que soportar al toro de lidia que trata de abrirse paso en la cristalería, que tira una cosa por tratar de poner a salvo otra y después se llena de culpa y luego de ira y luego de resignación. Ese soy, gracias por tanto Juan Antonio, Carlos, Pablo y Pedro, y perdón por tan poco.
Otro agradecimiento especial a mi querido Manuel Salazar, quien me llevó de viaje a San Luis Potosí, sitio en el que pasó uno de los mejores momentos de este año tan turbulento. Por su amistad sincera y por ser una de mis personas favoritas de este periodo.
A mis hermanos, a mis gatos, a mi perro y a todos los artistas que me llenan de inspiración y combustible para seguir adelante día tras día.
Y, por último, pero no menos importante, a la única persona que siempre ha tenido todos los motivos para odiarme, y que, durante estos 365 días, hizo posible que, en mis días más oscuros, tuviera algo que desayunar. De nuevo, gracias por tanto y perdón por tan poco, tan nada, tan malo.

Y un no gracias a dos personas en específico, que ni por asomo mencionaré aquí ni nunca jamás, pues sus nombres los he escrito en un papel para después quemarlos esta noche. Sin insultos ni maldiciones, sólo deseos de no volverlos a ver, como una pesadilla que se acaba, nubarrones de verano que se esfuman con los destellos mortecinos del otoño y, congelados posteriormente en el invierno. Deseo que sus memorias sirvan de abono para nuevas flores en primavera, unas muy distintas a ustedes. Mi deseo para ustedes es que no dañen a nadie más, ni siquiera a ustedes mismos. Que Dios los bendiga, yo ya les dije adiós.

Así, me abro al final de todas las cosas. Al colofón de un año complicado. A la promesa de un nuevo inicio, siempre aguardando como agua para el sediento. Y yo estoy ansioso por beberme el mar.

Gabriel Mendoza García
@megaescritor

30 de diciembre de 2024



Ilustración: Proporcionada por Gabriel Mendoza García

Sobre el autor:

Gabriel Mendoza García (Ciudad de México, 1984) escritor y creador de videos y contenido en redes sociales, fundamentalmente en la actualidad a través de la plataforma Alcance Tendencia Mx. Fan acérrimo del dúo musical europeo Lacrimosa, quienes representan su mayor fuente de inspiración, desde niño destacó por centrar sus esfuerzos cognitivos en mundos imaginarios y por valerse de su sensibilidad. Su primer intento literario fue El Oráculo de Gaia, una reinterpretación de El Señor de los Anillos, de la cual no queda ninguna evidencia. Su verdadera encomienda personal con la literatura es la saga Sofía, la única que tiene como epicentro la Ciudad de México, una obra coral, apocalíptica, empapada de misterio, acción, suspenso, drama, mitología, ciencia ficción, acción y aventura que, al modo de la mítica serie de televisión Lost, se centra en sus personajes y que comenzó a fraguarse en el otoño de 2007, cuyo primer fruto es Emanación. Es miembro del comité editorial de Almuzara México.

Desde la buhardilla. 2. El retorno del soñador. Gabriel Mendoza García

Ilustración: Gabriel Mendoza García

El retorno del soñador

Escribo esto mientras suena Hold On Tight de la Electric Light Orchestra, tema recomendado por un viejo amigo que, curiosamente, siempre tiene las palabras adecuadas ante la adversidad. Y no es secreto que llevo varias semanas con la incesante idea de abandonar el camino de las letras. Lo mencioné en mi entrada anterior: decidí, irrevocablemente, seguir adelante. Fue Puccini quien me permitió enfrentarme al espejo y detener en seco esos pensamientos derrotistas. No obstante, hoy encontré una razón más para abrazar el sendero que inicié, de forma inconsciente e intuitiva, hace ya 20 años.

Mmm, hold on tight to your dream, yeah
Hold on tight to your dream, yeah


Esta mañana llegó a mis manos —de la forma más aleatoria y absurda posible— un ejemplar de El Retorno del Rey, la tercera parte de El Señor de los Anillos (sobra citar al autor; todos saben de quién hablo). Es una edición mexicana de Minotauro de 1993. Al principio, estuve tentado a dejar que ese libro prosiguiera su errático destino hacia las manos de algún coleccionista, un curioso, o quizás un lector distraído. Sin embargo, al hojear las primeras páginas, descubrí un dato que me golpeó el pecho con un significado inexplicable: la primera edición de ese libro data de mayo de 1984, el mes y el año en que nací.

When you see your ship go sailing
When you feel your heart is breaking
Hold on tight to your dream


Casualidad, sí, probablemente. ¿Coincidencia? No lo sé. Alguien dijo alguna vez que uno no debe confundir coincidencias con destino. Lo más seguro es que no haya nada mágico en ese hallazgo, pero para mí lo significa todo. Mi trilogía favorita, la que me empujó a escribir por primera vez en aquella oficina de diseño arquitectónico donde pasaba horas sin nada que hacer —corría el año 2004—, me ha dado una bofetada en el rostro. Una que me exhorta, con brutal claridad, a no claudicar, a tener fe en mí mismo y a confiar en el proceso.

Hmm, it's a long time to be gone
Oh, time just rolls on and on (hold on)
When you need a shoulder to cry on
When you get so sick of trying
Just-a hold on tight to your dream


En el colofón de mi novela publicada por Almuzara México, se menciona que mi primer intento literario fue algo titulado El Oráculo de Gaia, una obra de la que no queda prueba alguna —y qué alivio me provoca eso—. Aquella historia no fue más que mi versión propia de El Señor de los Anillos, una novela breve, escrita en menos de 200 páginas de Word y almacenada en un disquete que hoy sería un objeto de museo; ningún lector óptico moderno podría revivirlo. ¿Por qué escribir mi versión de una obra universal, sagrada e intocable? Porque tenía apenas 20 años y no veía nada de sacrílego en contarme a mí mismo una historia, una versión moldeada con fragmentos propios, personajes nuevos y situaciones distintas. El Oráculo de Gaia no tenía hobbits, por ejemplo. No es que los deteste, pero a esa edad mis intereses giraban en torno a héroes irredentos, dilemas maniqueos, los conflictos del amor imposible y la búsqueda desesperada de la aprobación de una doncella inalcanzable. Escribí esa historia para mí, sin intención alguna de mostrarla al mundo. Y aunque jamás saldrá a la luz, no me arrepiento de su concepción. Sin proponérmelo, aquella narración me puso en el camino de la escritura, un camino que decidí recorrer de fondo en 2007, con una historia que llevaba años atormentándome la cabeza.

When you get so down that you can't get up
And you want so much, but you're all out of luck
When you're so downhearted and misunderstood
Just over and over and over you go


Hoy vuelvo a revisitar la trilogía cinematográfica de Peter Jackson (mis películas favoritas, indiscutiblemente) y no puedo evitar que la emoción me consuma hasta las lágrimas —síntoma inequívoco de que me estoy haciendo viejo, o quizás, más sensible—. Pero es precisamente esa emoción la que me impulsa a querer contar mi historia. Tolkien me ayudó a sentir esta pasión visceral por las letras; sus hobbits, elfos, enanos, orcos y hombres le dieron sentido a mi vida. Y aunque no hay seres de esa naturaleza en mis obras, ni tampoco un universo alterno, mágico o abrumador, lo que escribo está infectado de una realidad más cruda de la que yo mismo quisiera. Incluso en la ficción, mis páginas transpiran verdad. Si algo abunda en mi obra, es la pasión.

Accroche-toi à ton rêve
Accroche-toi à ton rêve
Quand tu vois ton bateau partir
Quand tu sens ton coeur se briser
Accroche-toi à ton rêve


Nací un 5 de mayo de 1984 en la Ciudad de México. El colofón de la trilogía fue editado por primera vez en México en ese mismo mes y año. Este ejemplar llegó a mí de la nada: mi madre lo tenía sobre su mesa de ventas, como si fuese un libro cualquiera, sin saber cómo había llegado ahí. Podría haber terminado en manos de cualquiera por apenas treinta pesos. Pero no. Aparecí yo, y lo descubrí. Allí estaba, una joya olvidada que mi madre exhibía con la indiferencia de quien vende ropa usada. Si eso no es una señal de que debo seguir escribiendo —a pesar de ser el peor autor de mi editorial, a pesar de no tener un solo centavo para pagar las cuentas ni las deudas, a pesar de sentirme estancado en esta vida—, entonces, ¿qué le atribuimos? ¿A una simple coincidencia? No, me niego rotundamente a creerlo.

When you get so down that you can't get up
And you want so much, but you're all out of luck
When you're so downhearted and misunderstood
Just over and over and over you go


“Es como en las grandes historias, Sr. Frodo. Las que realmente importaban. Llenas de oscuridad y peligro eran. Y a veces no querías saber el final. Porque, ¿cómo podía el final ser feliz? ¿Cómo podía el mundo volver a ser como era cuando había pasado tanto mal? Pero al final, es solo algo pasajero, esta sombra. Incluso la oscuridad debe pasar. Llegará un nuevo día. Y cuando el sol brille, brillará más claro. Esas eran las historias que se quedaban contigo. Que significaban algo, incluso si eras demasiado pequeño para entender por qué. Pero creo, Sr. Frodo, que sí entiendo. Ahora lo sé. La gente en esas historias tuvo muchas oportunidades de dar la vuelta, solo que no lo hicieron. Siguieron adelante, porque se aferraban a algo. Que hay algo bueno en este mundo, y vale la pena luchar por ello.”

Yeah, hold on tight to your dream, yeah
Hold on tight to your dream, yeah
When you see the shadows falling
When you hear that cold wind calling
Hold on tight to your dream
Ooh, yeah, hold on tight to your dream
Yeah, yeah, hold on tight
To your dream…


Ilustración: Gabriel Mendoza García
Ilustración: Gabriel Mendoza García

Sobre el autor:

Gabriel Mendoza García (Ciudad de México, 1984) escritor y creador de videos y contenido en redes sociales, fundamentalmente en la actualidad a través de la plataforma Alcance Tendencia Mx. Fan acérrimo del dúo musical europeo Lacrimosa, quienes representan su mayor fuente de inspiración, desde niño destacó por centrar sus esfuerzos cognitivos en mundos imaginarios y por valerse de su sensibilidad. Su primer intento literario fue El Oráculo de Gaia, una reinterpretación de El Señor de los Anillos, de la cual no queda ninguna evidencia. Su verdadera encomienda personal con la literatura es la saga Sofía, la única que tiene como epicentro la Ciudad de México, una obra coral, apocalíptica, empapada de misterio, acción, suspenso, drama, mitología, ciencia ficción, acción y aventura que, al modo de la mítica serie de televisión Lost, se centra en sus personajes y que comenzó a fraguarse en el otoño de 2007, cuyo primer fruto es Emanación. Es miembro del comité editorial de Almuzara México.

Desde la buhardilla. 1. Puccini no se equivocó. Gabriel Mendoza García

Puccini no se equivocó
Por Gabriel Mendoza García

Ha transcurrido un año desde que firmé el contrato de mis sueños, aquel acuerdo entre una editorial y un autor que selló la promesa de publicar un libro, mi libro. La primera entrega de una saga que, como he repetido hasta el cansancio, lleva 17 años gestándose. Diecisiete años buscando su camino, intentando conquistar un público esquivo, sin cosechar frutos hasta ahora.
No escribo estas palabras para quejarme del sistema ni de las convenciones sociales. Lo hago desde un lugar más íntimo, desde la desilusión que implica confiar ciegamente en uno mismo y en sus ideas. Se dice que quien no cree en sus ideas es porque no son buenas. Entonces, ¿qué dice de mí haber apostado casi dos décadas a una historia que creí digna de contarse, pero que, al parecer, no lo es para el mundo?
Cuando llegó la oportunidad de estar con una editorial de nivel comercial, una capaz de poner mi obra en todas las librerías del país, pensé que finalmente mi saga alcanzaría su destino. Sin embargo, los números no mienten: este libro, el libro de mis sueños, ha sido el menos vendido de 2024. Aquí es donde mis detractores encuentran argumentos para mofarse. Que lo hagan, incluso invito la primera ronda.
Desde 2007, todos los trabajos que he tenido fueron apenas un mientras, simples estaciones de paso. Usé horas laborales para escribir, editar y corregir, siempre viendo en mi historia un Norte inmutable. Apostarlo todo por una idea puede parecer un error, pero ¿qué sentido tendría no intentarlo?
Este 2024 ha sido un año de fe: fe en mí, en mi obra, en la promoción de mi libro, en la certeza de que mi momento había llegado. Pero hoy, a mis 40 años, me encuentro sin ingresos, sin un trabajo estable, sin una carrera profesional consolidada. Si me preguntan cómo vivo, la respuesta es simple: vivo.
La frase de Amélie nunca había resonado tanto en mí: Son tiempos difíciles para los soñadores. Y la verdad es que nunca ha sido fácil para nadie. Familiares, amigos y desconocidos, con diversas intenciones, siempre me advirtieron: Escribe, pero que sea un pasatiempo. Elegí ignorarlos, aunque tampoco me comprometí plenamente a la disciplina que exige la escritura. En mi intento de equilibrio, terminé cayendo entre dos mundos.
Por eso, cuando firmé mi contrato editorial, decidí quemar mis naves. Parafraseando a Xavier Velasco: Si me arruino y fracaso, está bien, pues para eso se queman las naves. Hoy puedo decir que arruinado estoy, sí, pero no fracasado. Sólo fracasa quien renuncia, y yo estoy en un proceso de reflexión, de maduración.
El pasado 8 de diciembre asistí a una función de La Bohème de Puccini en Bellas Artes. Un festín para el alma, pero también un golpe de realidad: la vida bohemia no es vida. Tarde o temprano, está condenada a la tragedia.
Me identifiqué con Rodolfo, el poeta que, entre dudas y desesperación, usa sus manuscritos para avivar una fogata y calentarse las manos. Su amor por el arte es tan desbordante como su complejo de insuficiencia. Puccini no ofrece consuelo: el destino del artista está siempre en una bifurcación cruel, sin matices. O el éxito o la irrelevancia. Y Rodolfo, como tantos otros, prioriza su idealismo, aunque le cueste todo. Nadie vive de la poesía, pero muchos mueren de hambre y frío por ella.
Sin embargo, por todo y a pesar de todo, no dejaré de escribir. La razón y el despecho me gritan que abandone la saga de Sofía, que arroje al fuego mis sueños de escritor. Pero el alma y el cuerpo me lo impiden. No sé, no quiero, no puedo. Y es justamente esa obstinación la que me hace creer que, por primera vez, estoy en el camino correcto.
No seré un best seller de la noche a la mañana, ni el escritor que México esperaba. Seré, al menos, alguien congruente, un navegante que, aunque maltrecho, sigue su curso hacia el Norte. La tempestad puede arrebatarme todo: las esperanzas, las oportunidades, los lugares por visitar, los momentos por vivir. Pero jamás me hará renunciar.
Prefiero morir buscando tierra firme, incluso si nunca la encuentro, que vivir como un fracasado que abandonó sus sueños.


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Sobre el autor:

Gabriel Mendoza García (Ciudad de México, 1984) escritor y creador de videos y contenido en redes sociales, fundamentalmente en la actualidad a través de la plataforma Alcance Tendencia Mx. Fan acérrimo del dúo musical europeo Lacrimosa, quienes representan su mayor fuente de inspiración, desde niño destacó por centrar sus esfuerzos cognitivos en mundos imaginarios y por valerse de su sensibilidad. Su primer intento literario fue El Oráculo de Gaia, una reinterpretación de El Señor de los Anillos, de la cual no queda ninguna evidencia. Su verdadera encomienda personal con la literatura es la saga Sofía, la única que tiene como epicentro la Ciudad de México, una obra coral, apocalíptica, empapada de misterio, acción, suspenso, drama, mitología, ciencia ficción, acción y aventura que, al modo de la mítica serie de televisión Lost, se centra en sus personajes y que comenzó a fraguarse en el otoño de 2007, cuyo primer fruto es Emanación. Es miembro del comité editorial de Almuzara México.