Reflejo de fuego y agua
Parece como si nuestros calendarios fueran papiros amarillentos y estuvieran a un suspiro de resquebrajarse. Hubo una época en que las antorchas se sostenían a dos manos, una mía y otra ajena, pero ambas esperanzadas a que la luz de la llama sirviese de guía. En cambio, de nuestros suspiros emanaron hecatombes y tornados, producto del orgullo y todas esas palabras que optamos por verter en jeroglíficos y pinturas rupestres, en lugar de pronunciarlas con las bocas que antaño no podían vivir la una sin la otra… Y así, avivaron las llamas hasta convertirse en incendio. No lo notamos al principio; sólo sentíamos el calor, confundiendo intensidad con pasión, con verdad. Y cuando quisimos apagarlo, ya habíamos convertido en cenizas lo que un día fue refugio.
Nos miramos en los espejos que nos tendimos mutuamente, esperando que el otro viera su reflejo y entendiera. Pero esos espejos no mostraron la verdad, sólo lo que quisimos ver. Así nos vimos: distorsionados, culpándonos en cada reflejo sin darnos cuenta de que ambos sosteníamos el cristal.
Navegamos mares de palabras no dichas, de gestos torpes y respuestas tardías. Creímos que, dejando boyas de insinuaciones en el agua, el otro las recogería y entendería su significado. Pero el mar no guarda los mensajes como el papel; los disuelve, los distorsiona, los arrastra lejos. Y en ese vaivén de olas y distancias, nos volvimos náufragos de un barco que nunca supimos remar juntos.
Pero hay un punto en toda travesía en el que se debe decidir entre aferrarse a los restos del naufragio o nadar hacia la orilla. Entre avivar el fuego o dejar que se apague en paz. Entre seguir viendo espejos empañados o darles la espalda y seguir caminando.
Hoy es necesario soltar. No por derrota, sino por entendimiento. Porque sé que hay senderos que se cruzan sólo un tiempo, incendios que es mejor dejar que se consuman, reflejos que ya no es necesario analizar. Y porque sé que, en algún rincón de este vasto océano, el viento seguirá llevando buenos deseos.
El hartazgo de vislumbrar los peores escenarios en lontananza ya me ha consumido. Soy el esqueleto de todas las promesas y estrellas fugaces. El faro sin luz que no guía los navíos hasta buen puerto. El veneno que me inoculan mis demonios ha cobrado cada célula de mi cuerpo. El pariente incómodo en la cena de Navidad. No hay nada bueno que pueda emanar de un tronco podrido, ni siquiera abono para nuevos brotes.
Será en otra ocasión…
Así que, dondequiera que estés hoy, estoy seguro que el sol brillará para ti y para aquellos que transitan el camino del bien. La vida, con su propio ritmo, ha de darte todo aquello que haga bailar tu alma.

Sobre el autor:
Gabriel Mendoza García (Ciudad de México, 1984) escritor y creador de videos y contenido en redes sociales, fundamentalmente en la actualidad a través de la plataforma Alcance Tendencia Mx. Fan acérrimo del dúo musical europeo Lacrimosa, quienes representan su mayor fuente de inspiración, desde niño destacó por centrar sus esfuerzos cognitivos en mundos imaginarios y por valerse de su sensibilidad. Su primer intento literario fue El Oráculo de Gaia, una reinterpretación de El Señor de los Anillos, de la cual no queda ninguna evidencia. Su verdadera encomienda personal con la literatura es la saga Sofía, la única que tiene como epicentro la Ciudad de México, una obra coral, apocalíptica, empapada de misterio, acción, suspenso, drama, mitología, ciencia ficción, acción y aventura que, al modo de la mítica serie de televisión Lost, se centra en sus personajes y que comenzó a fraguarse en el otoño de 2007, cuyo primer fruto es Emanación. Es miembro del comité editorial de Almuzara México.