Lo encontré en La
He buscado en los ojos de mi madre, encontrando constelaciones esmeraldas que orbitan en un cosmos de inefable ternura, donde cada destello es un susurro de amor eterno. He buscado en el pelaje de mis gatos, descubriendo allí una suavidad indescriptible, como si cada hebra fuera un refugio tejido por manos divinas, un calor que combate el filo implacable del invierno. He buscado en el verdor resplandeciente de las hojas de Joaquín, el noble fresno que le regala sombra a mi casa. Entre sus ramas hallé un respiro de frescor, pero también el lamento de un mundo asfixiado por el humo ponzoñoso de su propia destrucción. He mirado en la penumbra del ocaso y en las estrellas que despiertan en las gélidas noches de invierno; sólo vi la inconmensurable eternidad, sonriendo en su silencio, con la luna como un eco de su enigma. He buscado en la acidez mezclada con dulzura de las zarzamoras, en la piel aterciopelada del durazno, en el crujir cristalino de la manzana y en la pulpa embriagadora del mango. Sólo encontré allí destellos de un edén perdido, deleites incomparables que susurran memorias de un paraíso primigenio. He indagado debajo de mi piel, en la sangre que escribe estas líneas, en los pulmones que se expanden con el aire, y en el estremecimiento de mi carne al recordar. No he dado con él. He buscado en el brillo solar que me deslumbra por las mañanas, calentando mi piel con la promesa de un fulgor que resistirá incluso la muerte del mundo, pero tampoco estaba allí. Mis pasos me llevaron a las tierras altas, donde alguna vez me perdí en un amor tan vasto como sus montañas. En sus calles empedradas, en sus torres que arañan el cielo, en sus ríos y en sus cafés, sólo hallé milagros del mundo antiguo, ecos de cosmogonías lejanas y monumentos que veneran la fugacidad de lo eterno. Entré a las iglesias, buscando en sus sombras y en sus vitrales. Pero sólo encontré un silencio que parecía cavar dentro de mí, un vacío que me empujó a huir sin mirar atrás, sin importar si faltaba al respeto o dejaba mi sombrero puesto. Te busqué también en las aguas saladas del Pacífico, dejando que la arena se hundiera bajo mis pies, mientras el oleaje cantaba su canción eterna. Sólo sentí la cálida brisa marina, el sol que acaricia sin quemar, las memorias infantiles que hierven con la añoranza. He buscado en las palabras de mi padre, siempre poderosas y envueltas en un manto de amor que pesa y consuela a la vez. Allí encontré el sonido del alivio y la calma, pero no te encontré a ti. He buscado en todos y cada uno de los besos que robé, en cada par de parpados cerrándose, sucumbiendo ante mí, pero sólo pude disfrutar de la dicha de estar vivo. He buscado en estas letras, miles y miles de ellas, algunas vivas, algunas muertas y otras por nacer, pero ni siquiera yo puedo jactarme de ser creador y buscarlo al mismo tiempo, sólo hallé mi oficio y mi vocación. He buscado en las fotografías, en los daguerrotipos, en videos y en pantallas, pero sólo han aparecido pobres imitaciones, aproximaciones, eso sí, fantásticas y alucinantes, dignas de idolatrarse y venerar, pero no, no eras tú. Recorrí acantilados, bosques y llanuras, edificios grises y avenidas rebosantes de vida. En cada rincón vi rostros similares al mío, almas que llevan la melancolía derritiéndose en sus mejillas y un brillo de anhelo inextinguible en sus corazones. Miré en mi pasado, en mi presente, en mis bolsillos vacíos y en una mochila desgastada que guarda los restos de quien fui. Busqué en los libros de mi estantería, y leí tu nombre muchas veces, más de las que podría citar en este texto, pero no te encontré precisamente allí, casi, pero no, no se trataba de ti. Bajé por las escaleras y le pregunté a mi perro, él me miró con ojos inundados de inocencia, olisqueó mi mano y después aulló. Si bien no encontré nada, fue él quien me dio una pista. Volteé al interior de casa y vi a mis hermanos, jugaban, estaban inmersos en lo suyo, ajeno al horrible mundo que a diario nos sobrecoge con sus noticias, y en ese estado entendí que quizá ya te conocían. Días atrás me encontré en el último autobús que me dejaría cerca de donde habito, iba vacío y el chofer se olvidó de encender la luz, quizá ni me vio… Y yo, mirando el pasamanos de acero, entendí que, cuando suspendes el estrés y la ansiedad, la paz resurge del silencio, un apenas perceptible lugar entre el sagrado silencio y dormir… Llegué, subí a la buhardilla, me senté en mi silla… Pensé en volver a fumar, pero antes, me puse los audífonos. Busqué una canción y apreté el botón de reproducir… y allí fue donde te encontré.
No hubo dudas, fue una zambullida en el mar antártico, un ventarrón a bocajarro…
Lo encontré en La, en Fa, en Re y en Sol. Lo encontré en Sí y en Do, en Mi y en todas las bemoles. ¿Cómo pude soslayarlo? Vives en cada nota que provoca temblores en el alma, en cada mirada anegada, como un cable a tierra entre los recuerdos y el hoy, eres el baile invisible que nos lleva de regreso a la vida. Es gracias a ella que tengo fe, pues si me lo llegasen a preguntar, diría que sí, ¡creo!, ¡creo! Soy devoto fiel, irredento y perdido en sus ríos. Es ella quien le da sentido a todo, es la sal en la comida, el azul del océano y la luz de todos los ojos que miran con nostalgia… Cada vez que escuche la arrogante afirmación del ateo, cuándo se jacte de que no existe Dios, le diré sin rodeos: La música, allí es donde encuentras a Dios.
Tal y como José Arcadio Buendía lo sintió, en la mágica pianola de Crespi. Aunque a diferencia suya, que creyó que Dios era el ejecutante invisible de la pianola, yo tengo la certeza de que lo es.
Gabriel Mendoza García
15 de enero de 2025

Sobre el autor:
Gabriel Mendoza García (Ciudad de México, 1984) escritor y creador de videos y contenido en redes sociales, fundamentalmente en la actualidad a través de la plataforma Alcance Tendencia Mx. Fan acérrimo del dúo musical europeo Lacrimosa, quienes representan su mayor fuente de inspiración, desde niño destacó por centrar sus esfuerzos cognitivos en mundos imaginarios y por valerse de su sensibilidad. Su primer intento literario fue El Oráculo de Gaia, una reinterpretación de El Señor de los Anillos, de la cual no queda ninguna evidencia. Su verdadera encomienda personal con la literatura es la saga Sofía, la única que tiene como epicentro la Ciudad de México, una obra coral, apocalíptica, empapada de misterio, acción, suspenso, drama, mitología, ciencia ficción, acción y aventura que, al modo de la mítica serie de televisión Lost, se centra en sus personajes y que comenzó a fraguarse en el otoño de 2007, cuyo primer fruto es Emanación. Es miembro del comité editorial de Almuzara México.