Dolorosamente anacrónico
Esteban Martínez Sifuentes
Fueron escasos cinco minutos, y en un universo donde abundan situaciones y gente que causan tristeza por diversas razones, no había visto y con dificultad veré a una persona que me causara mayor pesar que él. El protagonista era anacrónico, dolorosamente desfasado, de un realismo duro y trágico, en las antípodas de la elegancia y el éxito de Tom Wolfe u Oscar Wilde antes de su absurdo encarcelamiento. Algo así como una obsesión, me sigue doliendo, qué se le va hacer.
Era un escritor joven, uno sacado de una novela de Dostoievski. Por ejemplo, el Iván Petróvich de Humillados y ofendidos. O el Jarlsberg de Hambre, de Hamsun. El lumpen proletariado de las ambiciones literarias, que por supuesto tiene derecho a intentarlo tanto como los privilegiados.
Si la vida fuera un relato de ciencia ficción juraría que el personaje había sido transportado al presente por una máquina del tiempo. Él, su mujer y sus dos hijos. Porque, a diferencia de aquellos entes de la literatura, éste no corría solo por las calles la aventura de su oficio: arrastraba consigo una familia, por lo menos cuando los vi. ¿De dónde venían?, ¿a dónde iban?, ¿qué fue de él y la familia? Dudo que la realidad siempre sea más cruda que la ficción; en este caso fue apabullante.
Ocupado en atender un cliente, no me di cuenta en qué momento entró en mi librería de nuevos y usados. Como a muchos, lo vi escrutar los lomos en los estantes y lo dejé hacer. Se enteró que me desocupaba y se acercó a preguntarme si compraba libros.
—Tráemelos y vamos viendo —le respondí.
Mala respuesta. Sacó de bajo el brazo izquierdo algo parecido a un cuaderno de apuntes y me lo tendió.
—Son poemas. Lo más auténtico, lo único que merece la pena, la poesía. Los escribí yo. Fueron trabajados en el taller de A. Tuve por compañeros a B y C. C publica hoy donde quiere; un arribista, y si lee tres libros al año es exageración.
—Ah, qué interesante —dije en mi papel. Algunos nombres me retintinearon.
Lucía flaco, angustiado, enfermo; su ropa, vieja y raída. Descarté que me estuviera tomando el pelo.
Hojeé el cuadernillo. Apenas se le podía llamar libro a aquello; era más bien una plaqueta, con poco más de cincuenta páginas. La portada, sin imagen ni mayor diseño, era de cartulina satinada, con marcas del manoseo. La impresión era defectuosa; la tipografía, sin gracia. El contenido estaba mejor. No demasiado.
—¿Cuánto pides por él?
Me dio una cantidad: cien pesos. Era más de lo que podía permitirme. Sin embargo, quise ayudarlo.
—Mira, es bastante para mí. La gente ya casi no lee en papel, y menos poesía. Si quieres, puedes dejármelo a consignación, no pido más que el veinte por ciento… No, olvídalo. No te cobro comisión, simplemente lo pongo a la venta en la cantidad que me indicas y en una semana vienes o me llamas a ver si lo compraron. Te doy tu lana íntegra.
Sus ojos tristes dudaron. Luchaba en su mente. Su cara reflejaba ansiedad.
—Si tienes otros ejemplares, tráemelos —un empujoncito para que se decidiera—. Siempre es mejor que luzcan varios.
—Déjeme ver —salió a la calle.
Afuera, en la acera y de espaldas al local como si no quisieran atestiguar una respuesta adversa, aguardaban una mujer con un niño que apenas caminaba y otro mayorcito, a quienes yo no había advertido. Poseían la misma estampa abatida del hombre.
Aproveché para adentrarme en el contenido; quizá fuera una gran obra y yo estaba cometiendo una injusticia histórica. No. Era poesía con oficio, pero convencional. “Días de otoño”, leí el encabezado y las primeras estrofas en las hojas intermedias. Quizá Rilke.
Volvió luego de deliberar unos minutos con la mujer.
—Gracias, de veras. No aceptamos —tomó su libro con orgullo y se dirigió a la salida.
—Espera. Te doy ahorita mismo ochenta por él.
Sonrió con agobio. Escrutó hacia la mujer.
—No. Muy agradecido por su atención.
Terminó de salir. Se echó al menor en los hombros, la mujer me dirigió una reverencia menos hostil de la esperada y desaparecieron los cuatro. Me sentí culpable. Deprimido. Me asomé a la puerta, dispuesto a darles algún dinero para que comieran. Ya no se veían. A zancada larga fui a la esquina inmediata, que no era muy lejos. Tampoco.
Eso tan breve me impactó hasta el alma, y aun ahora... No creí que en el siglo XXI existiera un escritor así, calcado tal cual de una época más esforzada y romántica; un personaje lastimoso y fuera del tiempo. Quizá, no sé, con vida, dignidad y verdadera hambre de artista que desea reflejar pasiones humanas extremas porque las ha experimentado en su monda crudeza. Un relato de ciencia ficción o un sueño que llega sin permiso y se instala en el presente con descaro. ¿Pero así, con tanta viveza?

Contacto:
En facebook: Esteban Martínez
*Sobre el autor:
Esteban Martínez Sifuentes
Ensayista, narrador.
Egresado de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), Nació en San Luis Potosí hace varios ayeres, se dice lector compulsivo y fanático del cine, en particular de películas mudas estadounidenses de cómicos tipo Chaplin, Langdon, Lloyd y Keaton.
Obra publicada:
Esteban Martínez Sifuentes ha publicado siete libros; el último, de ensayos, es USA! USA! Mitos y antimitos estadounidenses, publicado por Editorial Almuzara en 2024. La novela negro-policiaca Malmarido, Ediciones Periféricas, 2020.


















