Disquisicionario. 2. ¿Por qué rayos el sol? Esteban Martínez Sifuentes.

                       
¿Por qué rayos el sol?
Esteban Martínez Sifuentes

…el desamparo
que es ser hombres, la gloria que es ser
hombres
y compartir el pan, el sol, la muerte,
el olvidado asombro de estar vivos...

(“Piedra de sol”, Octavio Paz.)

Según el cristal con que se mire, es un joven en plenitud o un venerable anciano de 4 mil 500 millones de años con pila para otros tantos. El sol no es nada pequeño, pero sí enigmático, agresivo y ciudadano común en Zacatecas, Andorra o Mauritania, el olvidado asombro de estar vivos. ¿Por qué rayos sigue ahí, y tan campante? La canica de la Tierra cabe más de un millón de veces en esa desaforada pelotota de hidrógeno y helio en permanente ebullición, reactor de fusión nuclear que no contamina ni cobra factura a fin de mes.
De niños descubrimos que sí puede taparse con un dedo, y así empezamos a medir fuerzas con el entorno, el asombro racionalizado. Lo podemos tapar para un ojo solamente y a condición de que el dedo esté a la distancia adecuada, si lo movemos tantito se nos cae el supuesto. Mientras, la irradiación continúa azotando el resto de la cara y el cuerpo, el horizonte.
El sol es calor y luz, energía, agua secuestrada al mar que fertiliza la simiente. Es el clima, la vida de nuestro planeta. Con su cúmulo de connotaciones míticas y románticas, el lucero vespertino, Marte y no se diga la conspicua Luna parrandean con fulgor prestado. El sol rige el movimiento del sistema planetario. Al sol nada le hace sombra, salvo la noche, un eclipse y las nubes, los techos, una sombrilla, todo lo cual sucede más cerca de nosotros que de él. Es gigantesco, pero como está muy, muy remoto…, la bagatela de 150 millones de kilómetros en promedio, de acuerdo al perihelio o al afelio de nuestro esférico hogar; esto es, sin escalas ni para detenerse a comprar unas papas fritas u orinar, a 131 años en auto a una velocidad de 130 km por hora. Lo precedente es parte de lo que van aprendiendo los chicos reflexivos y curiosos, los demás solo juegan bajo el sol. Y entre más reluzca más alborozados se sienten, sobre todo si están en la playa o a la vera de una alberca.
En realidad todos nos interrogamos en algún momento y desde temprano qué es esa bola incandescente que, como fiel dependiente de los humanos, se oculta al atardecer para volver sin falta en horas a restaurar el día, obedeciendo, creemos, a nuestras costumbres. Todo apunta a que a esa bola tirana y engreída no le importamos en lo más mínimo. Está ahí por la gravitación, la curvatura del espacio-tiempo y otras reglas universales de la física, y más allá o acá de eso, por afortunado azar o alguna voluntad desconocida, llamémosle Dios si lo desean. Ninguna objeción.
Como sea, perplejos, inconformes recalcitrantes, nos seguimos preguntando por qué existe el universo, las galaxias, el Güero y, pregunta de preguntas, por qué el tercer planeta con su característica membrana azul-blancuzca y su inmensa heterogeneidad de seres que corren, nadan, vuelan, saltan, se arrastran.
Pero la inquietud más acuciante e insondable de todas es ¿por qué yo, nosotros, pensantes y apasionados? La ciencia ofrece algunas respuestas; la religión otras. Ambas caminan por vías paralelas y escrutándose de reojo como dos amigos que han reñido. Quizá, solo una hipótesis, algún día se unifiquen. De lo primero que aprendemos de los mayores es a no retarlo con la mirada porque nos dejará ciegos, aunque, como nos inculcan también desde parvulitos y no tarda en demostrárnoslo la praxis, no hay peor ciego que quien no quiere ver.
El sol es una de las 54 figuras de la lotería mexicana, integradas en una época y lugar determinados con cosas comunes del paisaje celeste, terrestre, callejero, casero, corporal e imaginativo: la luna, la estrella, el mundo, el pájaro, el músico, el cazo, la mano, el corazón, la sirena, el diablito… Buena idea, es un merecido y lúdico homenaje al sol. Allá afuera, más pero más lejos y apenas visibles con tecnología de punta, hay cantidad de soles que dan pavor por su diámetro y sus furores de megalodonte herido; nos tocó uno benigno, de dimensiones medianas y amigables, y ¿cómo, por qué razón o de parte de quién? ¿Estamos solos en el vecindario?
La gran luminaria ha sido una deidad principalísima en la mayoría de las culturas. Algunas de ellas: Mitra, en la persa, Ra en la egipcia, Helios en la griega, Inti en la incaica, Tonatiuh y Huitzilopochtli en la nahua o azteca, Itzamná en la maya, Apolo o Febo en la romana. En la diversificada cultura actual se le conoce como Playa, cuyo intrincado ritual se realiza entre las familias de la clase media por lo menos una vez al año; si no se realiza, hay maldición en el círculo familiar, reclamos y un fuerte efecto de frustración.
No le importamos, dije. Hay indicios de que sí, y bastante. Su energía hizo surgir las plantas, laboratorios químicos de alta eficiencia. Las plantas, que por medio de la fotosíntesis empezaron a producir oxígeno, contribuyeron a crear la atmósfera, manto o capelo mágico bajo el cual se desarrolla la obra teatral pasada a veces por lluvia, granizo, nieve, huracanes (no importa, hay que seguir disfrutándola, quizás el final sea bueno), y a la vez el ubicuo susodicho nos protege de sus potentes rayos ultravioleta. ¡Qué no hace ese señor fisgón, metijoso o metiche!
No solo ayuda a sintetizar la vitamina D, el calcio imprescindible para los huesos, sino el resto de los nutrientes. Fue materia orgánica, energía, que se convirtió en petróleo y carbón. Energía. Es constante y está en el lugar justo, su tamaño y su potencia son los que precisamos para disfrutar de climas relativamente templados. Si se alejara un poco, nos congelaríamos; si se acercara, nos evaporaríamos.
Su masa abrumadora atrae cometas y asteroides vagabundos que de otro modo buscarían la Tierra u otro planeta necesario para guardar el delicado equilibrio de nuestra existencia. Y más aún, su radiación electromagnética forma en los límites del régimen planetario un escudo que protege la vida de los abundantes rayos gamma provenientes de explosiones de lejanas galaxias. ¡Somos tan ovejita sin guía ni techo al respecto!
En él nos basamos para contar los días; es el calendario, la Piedra de Sol. Es más que la cobija de los pobres o el rey, es la sobrevivencia del planeta, nada nuevo bajo el sol. Esta aseveración bíblica aparece en un desencantado pasaje sobre lo cíclico de la vida, al inicio del Eclesiastés: “Vanidad de vanidades… ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?” Que cada quien responda con honestidad.
Tan bonito en pelis y documentales, el universo es oscuro y helado, violento e impredecible; no así la estrella reina. Tiene su ciclo de once años con altibajos y sus ramalazos de ira, las tormentas solares, pero no deja de mimarnos. Numerosas construcciones pétreas y prehistóricas alrededor del orbe alabaron su grandeza, megalitos, túmulos, pirámides. Costó leña y sangre reconocerlo, es el centro indiscutible, el corazón, la Fuerza.
Por si taquicardia u otras arritmias químicas y electromagnéticas, escrutan su comportamiento observatorios terrestres, satélites artificiales en órbita y arriesgadas sondas que van a su encuentro. Es un pan de Dios, pero más vale vigilarlo como a un señor responsable y altivo que de vez en cuando se echa sus copetines. Y sería deseable asimismo ocuparnos más en restañar las cicatrices antropogénicas de la deforestación, la emisión de gases venenosos, el enmugrecimiento de mares y ríos, los conflictos bélicos y otros azotes que golpean a muchos y enriquecen a grados astronómicos a unos cuantos.
De acuerdo, el asumido asombro puede causar insolación y desmayos, manchas, cáncer en la piel, interferencias en las telecomunicaciones, glaciaciones. Para prevenir los primeros basta hidratarse con suficiencia, usar manga larga y sombrero, quitasol o traje de astronauta, o meterse a un local a consumir un helado, un café, una cerveza, cuando parece caer a plomo sobre nuestras cabezas. Ícaro lo desafió volando entusiasmado con sus alas de cera y cayó al mar, desoyendo los consejos de su padre Dédalo para que no se acercara demasiado. Volar alto en libertad, ¿qué joven hubiera podido resistirse?
Las estrellas hollywoodenses en el cenit de sus carreras son pálidos remedos, mera mercadotecnia y a veces una pizca de talento, que crece en cualquier geografía. Debería darles vergüenza la usurpación del apelativo. El Asombro a secas y con mayúscula no repara en fronteras geopolíticas, ilumina miseria y opulencia, visita los patios de las cárceles y los clubs de golf más exclusivos. Social y científicamente, tenemos mucho que aprender de él.

Photo by Pixabay on Pexels.com
Contacto:

En facebook: Esteban Martínez

*Sobre el autor:

Esteban Martínez Sifuentes

Ensayista, narrador.

Egresado de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), Nació en San Luis Potosí hace varios ayeres, se dice lector compulsivo y fanático del cine, en particular de películas mudas estadounidenses de cómicos tipo Chaplin, Langdon, Lloyd y Keaton.

Obra publicada:
Esteban Martínez Sifuentes ha publicado siete libros; el último, de ensayos, es USA! USA! Mitos y antimitos estadounidenses, publicado por Editorial Almuzara en 2024. La novela negro-policiaca Malmarido, Ediciones Periféricas, 2020.

Disquisicionario. 1. Disquisiciones. Esteban Martínez Sifuentes.

                       
Disquisiciones
Esteban Martínez Sifuentes*

Disquisicionar es un verbo infrecuente que suena a neologismo campanudo o bien a ranciedad decimonónica. Viejo sí es y, no obstante, útil por sus matices insustituibles. No alude más que a meditar con cierto detalle y sistema en todo y nada a la vez, sin ataduras, casi porque sí. No es buscarle tres o cinco pies al gato (o también, por qué no), es abismarse justo en los que tiene y asombrarse por su funcionalidad y armonía.
Es inherente al ser humano ponerse a pensar con gravedad y aprensión, con mayor o menor frecuencia, en las cosas que le afectan y lo obligan. La familia, el empleo, el dinero siempre de cosecha tan mezquina, la fragilidad de la vida a partir de una enfermedad. Es razonable que así sea, pero a veces nos pasamos de tueste. No resolvemos nada y nos angustiamos más, o aplicamos una cataplasma que caduca a los tres días.
Solemos cambiar intensidad y coyuntura por nutrimento y sabor. No hay verdadera reflexión, en calma, con regodeo, subiendo alto en la montaña pero sin descuidar el sendero de regreso. Aquella, en fin, que es pausada, gratuita, a solas al aguardar a que brote el agua caliente de la regadera, encaramado en la fronda de un árbol o bocarriba en la cama cuando todo está en reposo, empezando por nuestro ser interior.
¿Por qué no filosofar, examinar también de vez en cuando los objetos pequeños y obviados por el horario y el maldito tráfico, útiles o inútiles? Si son prácticos, ¿por qué?, si son imprácticos, ¿por qué? ¿Por qué ese pliegue, ese tamaño, ese color, esa forma? Si algo existe en el mundo es por algo, alguien lo imaginó y creó con alguna intención de trascender o justificar su paso por este valle de sol y lágrimas. En otros casos el objeto, cosa o chirimbolo ya estaba ahí cuando emergimos como especie, razón de más para cavilar en ese algo, en sus peripecias y misterios. La rueda, la pluma, el foco, la parte izquierda de nuestro cuerpo… ¡Existe tanto en que disquisicionar que abruma! No, el verbo abrumar está vedado en este disquisicionario.
Photo by Lukas Rychvalsky on Pexels.com
Contacto:

En facebook: Esteban Martínez

*Sobre el autor:

Esteban Martínez Sifuentes

Ensayista, narrador.

Egresado de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), Nació en San Luis Potosí hace varios ayeres, se dice lector compulsivo y fanático del cine, en particular de películas mudas estadounidenses de cómicos tipo Chaplin, Langdon, Lloyd y Keaton.

Obra publicada:
Esteban Martínez Sifuentes ha publicado siete libros; el último, de ensayos, es USA! USA! Mitos y antimitos estadounidenses, publicado por Editorial Almuzara en 2024. La novela negro-policiaca Malmarido, Ediciones Periféricas, 2020.