Liminar 3. El andador. Miguel Isaac Zavala Flores

El andador
Miguel Isaac Zavala Flores


Ahora soy un axolotl

Julio Cortázar en “Axolotl”


Hace tiempo ya que desconozco lo que hago, es rara la ocasión en la que me puedo ver. Sé que es extraño, pero ya sólo soy un peatón, una persona caminando en mitad de sí mismo, de su centro.
Comenzó cuando era joven, estaba en bachillerato, con mi uniforme verde con blanco, con mis esperanzas a flor de piel. Era el camino por el que regresaba de la escuela, ese encantador sitio lleno de historia y futuro, de vida y de muerte. El Paseo Alcalde, un sitio hermoso a mi parecer, uno que me absorbía cada vez más, uno que terminó por comerme.
Cuando apenas era ese joven soñador, el paisaje era completamente amarillo, un amarillo pálido y brillante, uno que reflejaba un sol de mañana, un sol de tarde. Los árboles, esos que adornan el andador central, apenas eran brotes. Un andador cualquiera rodeado por dos carriles para autos, uno a cada lado, donde los pitidos distraían del pensar, de la vida. Un andador simple, sin embargo, yo veía en él un futuro atronador, fue por eso que me obsesioné. Lo utilicé como un santuario, como un fluir de ideas, como el sitio perfecto de mi expresión, de mi escritura.
Como el destino me hacía cruzar por aquel sitio casi todos los días, mi obsesión fue creciendo hasta hacerse dependencia, a veces, los fines de semana me escapaba buscando cualquier excusa para regresar. Veía los brotes crecer, las calles pintarse, a la gente vivir. En ese andador la vida era extraña, como brumosa. La vida era un punto medio entre la desolación y la esperanza, entre el pasado y el futuro. Pasaron los veranos por mi vida y el andador seguía ahí. Me miraba y me observaba, no al revés, era él quien sentía curiosidad, era él quien me veía crecer.
Los árboles brotaron y el amarillo se acompañó del verde, mi dependencia parecía llegar a su fin, con el andador completo en belleza y estructura, mi expectativa parecía morirse, pero el andador era especial, como la vida misma comenzaba a crear formas nuevas. Por sus banquetas comencé a observar frases de poetas, de escritores. Por su centro, unas pequeñas fuentes comenzaban a brotar, como hierbas de cristal. En sus calles, unos topes regulaban el tráfico, a la gente. En invierno, los árboles pintados de luz parecían acariciarme.
El andador estaba vivo, me tocaba, me olía, me miraba. Comencé a aterrarme, es como si el andador supiera de mí, de lo mucho que me obsesionaba. A veces cerraba los ojos y él aparecía en mis recuerdos; en otras tocaba mis manos y se sentían como sus banquetas; a veces lloraba y salían hojas, a veces reía y nacía brisa; el andador me estaba consumiendo.
Pronto comencé a pensar como él, en colectivo. Vi el sufrimiento andante, la alegría corriendo, el miedo del indigente, la felicidad del niño. Esa combinación entre desastre y esperanza, entre desolado y vivo, me recordaba a mí. A veces, cuando era yo y por fin tenía el control, iba al andador, sólo así lo sabía.
Una mañana el terror se hizo tangible. En mi abdomen comencé a sentir una presión aplastante, una fuerza bruta pisando con intensidad. Era mi madre, iba de camino a su trabajo. Estaba ahí, entre mis costillas flotantes, entre Angulo y Garibaldi. Por mis brazos sentía cosquilleos, eran un par de chiquillos jugando a atraparse. En mi cerebro sentí tristeza, eran los niños con hambre, la gente sin techo, las familias rotas, los miedos del mañana. En mi sonrisa sentí un rubor, era la esperanza del día, la juventud rebelde, la ayuda de corazón, la felicidad de estar vivo.
La vida de un andador es extraña, uno debe acostumbrarse. A veces le salen matorrales en las axilas, baches en la piel, basura en la nariz. El tiempo a veces es pasado, en otras futuro, pero muy rara vez presente. Para poder ser un andador a tiempo completo uno debe desprenderse de sí mismo, por eso sólo conozco lo que es de mí cuando cruzo por el andador, por mi ser, cuando en mi extraño azar decido mirarme, olerme, tocarme.
Siempre me veo pasar por el pecho, donde las farolas están medio fundidas, donde la tragedia y la esperanza se confluyen; buscando letras en el aire, buscando textos invisibles. A veces me encuentro en mí, escribiendo.

Liminar es una puerta de entrada para escritores emergentes que nos han brindado sus escritos para colaborar con este ejercicio de generosidad que implica la escritura. Bienvenidos.

*Sobre la autora:

Miguel Isaac Zavala Flores

Escritor emergente

Miguel Isaac Zavala Flores, nacido en el año 2003 en la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Es un escritor mexicano, ávido lector y amante de las letras desde chico. Fue ganador de un par de concursos literarios en su bachillerato y desde muy pequeño encontró un amor por la literatura, tan grande, que no puede parar de escribir. Hechizado por libros clásicos y contemporáneos, busca constantemente devolverle el favor a la literatura, el favor que le hizo al salvarlo. 

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