Disquisicionario. 15. Luces y sombras: el espejo. Esteban Martínez Sifuentes.



Luces y sombras: el espejo
Esteban Martínez Sifuentes

Es tigre herido, gato manso que come de nuestra mano pero jamás renunciará a su lado salvaje y enigmático. Una sucinta Sylvia Plath habla por él: “Soy plateado y exacto. Sin prejuicios”. Un espejismo.
Su esencia es la luz y está asociado a belleza y pulcritud, a sosiego íntimo y una pizca de vanidad. Tan de cada mañana y cada noche antes de acostarnos, el espejo encierra resonancias y complejidades inimaginables, terroríficas y telúricas. Como ciertos amores, te arrebata el alma. Sin piedad y tan fresco, nos dice quiénes somos (nos tilda de sosos, viejos, inmaduros, reprimidos, estúpidos y otras lindezas) y eso es todavía más sobrecogedor. Y ¡cuidadito con romperlo que acarrea siete años de mala suerte!
En el histórico juego especular de las emociones ha sido reflejado, multiplicado, en la literatura de manera indeleble: Stevenson, Wilde, Valéry, Cocteau, Carroll, Tolkien, el olvidado Asturias, Fuentes, Rowling. No podía ser de otro modo. Atrae como imán, impone con su aparente inocencia, es un poliedro, un pozo abismal. Es decorativo si es gigantesco, antiguo, tiene filos dorados o lo compramos en tal prestigioso almacén, y valioso si nos lo heredó la abuela.
Está asociado a las tinieblas, el mal. Es el otro, el extraño, el yo más profundo repentina o paulatinamente revelado. Es el complemento. Es Fausto, el doctor Jekyll y Mr. Hyde, la insufrible madrastra de Blancanieves, el escalofriante y elusivo Horla de Maupassant, el dandi inconforme Dorian Gray.
Compasivo y analítico, ese artículo inexcusable confiesa en pluma de Plath, desbordada de desamor como su efímera existencia (1932-1963), en el final de la poesía citada al inicio (“El espejo”):

En mí, ella ahogó a una muchacha, y
en mí una vieja
se alza hacia ella día tras día,
como un pez terrible
.

En la pintura existen obras-homenaje y disturbadoras a su irresistible influjo. “El matrimonio Arnolfini” (Van Heyck, 1434), “Las meninas” (Velázquez, 1656), “Chica frente al espejo” (Picasso, 1932). Los que carecen de imaginación, el principal recurso amatorio, revisten su habitación de cristales reflejantes para realizar el acto sexual. Con el deseo ferviente de ambos, basta cualquier ámbito aislado. No necesito decirles que hagan el ensayo.
No hay civilización que no lo conozca de antiguo. Sus nombres en inglés (mirror) y francés (miroir) proceden de mirar, acción concreto-abstracta inabarcable; en polaco (lusterko, lustro) es un complejo recorrido de la compleja (e interesante porque es fundacional y reaparece a la menor indagación) cultura romana que dominó Europa; trataré de sintetizar: sacrificio a los dioses, agradar, brillar. Todos vocablos del latín, en alemán (spiegel), italiano (specchio) y español proceden de speculum, emparentada con aspecto, espectro, especulación y oráculo.
En la Grecia mitológica, Narciso se ahogó admirando su imagen en el espejo de aguas mansas, habiendo rechazado a las mayores bellezas de su tiempo porque no le llegaban ni a los talones. Una paradoja, los aztecas se reflejaban en obsidiana pulida, negrísima y reluciente.
Es un objeto esencialmente humano y, por extensión, de cuasi-humanos. El vampiro “no proyecta sombra ni reflejo en los espejos”, advierte Bram Stoker en boca del experto Van Helsing, cazador de esos entes malignos hijos de la oscuridad y amigos de las ratas. Hablamos aquí de los espejos de casa y si acaso de peluquerías, vestuarios de pasarelas, camarines de artistas, antesalas de edificios, elevadores y baños de oficina, y no de los arquitectónicos, astronómicos, de feria o automovilísticos, que unos no vienen a cuento y de los últimos estamos hartos al conducir a las obligaciones consuetudinarias.
Sabias y auténticas, las mujeres cargan uno en el bolso sin ningún rubor, salvo el cosmético para las mejillas que también llevan ahí. Furtivos y como avergonzados, los varones se revisan el bigote, un furúnculo o los dientes en un escaparate o el celular apagado.
Para Borges el Inmortal el espejo es la perfección, y eso da miedo; a la vez, los espejos multiplican las imágenes hasta el infinito. Y el infinito, que trasciende el tiempo y el espacio, causa aún más miedo. El azogue multiplica a los hombres, que son imperfectos y cagones pero anhelan parecerse al Perfectísimo, el Arquetipo, y al multiplicarse se alejan más de Él. Ah, pero eso sustenta parte de sus imperecederas ficciones, por ejemplo “Tlon, Uqbar, Orbis, Tertius”.
El mismo Borges revela en una entrevista que de niño no quería estar solo en su cuarto porque le atemorizaban los espejos, y a quién no. Expresa en años posteriores: “Realmente es terrible que haya espejos. Creo que Poe lo sintió también (…). Nos hemos acostumbrado a los espejos, pero hay algo de terrible en esa duplicación visual de la realidad”.
La prueba del azogue en experimentos con animales no arroja resultados concluyentes. Los que parecen reconocerse a sí mismos no son necesariamente los más inteligentes. Al perro, apreciado por su agudeza y sus incontables servicios a la humanidad, no le interesa su imagen porque sus sentidos primordiales son el olfato y el oído; a los gatos tampoco, por altanería. Con cierto entrenamiento, algunos animales parecen interesarse en el doble de sí mismos, ¿y?, narices chatas. No hay un más allá, es un lapso breve, no se les ve más o menos acongojados ni lo contrario, no se abstienen de comer, dormir y defecar, no modifican su conducta ni acuden al peluquero o el gimnasio. Quizás habría que extraer como lección que, más inteligentes de lo supuesto, medran a gusto así, haciéndonos creer que son inferiores. Juego de espejos.
Mala suerte o algo peor es, para mí, aceptar solo aquello que te digan los que te halagan o te dan por tu lado, espejos portátiles con figura humana, rastrerismo.
Tezcatlipoca, dios omnipresente de los antiguos nahuas, con autoridad en el cielo, la tierra y el infierno, asociado a las discordias, la guerra y, a la par, la prosperidad, era representado como un espejo de obsidiana y tal significa su nombre, piedra volcánica o “humeante”. El espejo estaba asociado al poder de los gobernantes y las artes adivinatorias. El espejo, mucho ojo, es un portal a otras dimensiones.
Verse demasiado en el espejo como hacen niños y adolescentes no evidencia por fuerza ser vanidoso o narcisista, sino explorase y buscarse a sí mismos para actuar en consonancia. Un sutil dechado de esa exploración se encuentra en Un verano con Mónica (Ingmar Bergman, 1953). Yo no lo creo, pero hay psicólogos que lo sostienen: que alguien llegue a enamorarse de sí mismo a partir del espejo. Yo creo que ya estaba infatuado desde antes. Ni hablar, todos arrastramos algo de eso.
Indispensable para la autoestima, es tan común, tan íntimo e insolente, y siempre fiel, aunque también depende de nuestro estado de ánimo y la capacidad de filosofar. Suele ser complaciente con nosotros (el de la madrastra de Blancanieves lo era en exceso); un despiadado crítico o un chismoso irredento. Nos revela un grano, una lagaña, una inesperada arruga. Y que nos parecemos más de lo que queremos admitir a nuestros hermanos o a la odiada tía. Nos restriega en nuestra propia cara la vergüenza de un fracaso, nos hace sonreír mefistofélicamente por una travesura escondida, descorre la cortina del resentimiento contra la vida que no habíamos querido reconocer. ¡El taimado conoce nuestras reconditeces!
Es solo una duplicación visual de lo que creemos es la realidad, no hay mucho que temer. Aun así, en algún momento todos hemos tenido o tenemos, como el Argentino, miedo a los espejos: quedarnos atrapados en él, que no nos devuelva nuestra imagen, que descubramos un ente perverso arrastrándose por el piso tras de nosotros o cautivo dentro del cristal, que emerja nuestra muerte en el futuro o en el mismo instante en que el asesino levanta el puñal sobre nuestra espalda, temores que el cine explota hasta el cansancio porque hay sustento, sí.
El espejo o luna puede ser humilde mejoría o doppelgänger implacable. Lo cierto sin discusión es que forma parte de nuestra rutina. Si te sientes confiado de ti mismo, no le prestes demasiada atención. Si requieres ser más ligero (digamos sociable y simpático), espejéate en tus cercanos, o a oscuras y decúbito dorsal en tu lecho tras saborear un libro sacudidor o una película perrona. “Arranca tu propia imagen del espejo. Siéntate. Haz con tu vida un festín”, recomienda Derek Walcott en la poesía “El amor después del amor”, idónea para tranquilizar a un suicida.
Todo más o menos bien hasta aquí. Pero por favor, por la salvación de tu alma, la de tus hijos y su descendencia en varias generaciones, ¡nunca-nunca voltees hacia el espejo en la penumbra después de la medianoche! “¡Ah chingao!, ¿y quién eres además de un pobre plumífero para impedírmelo…?” Así somos los terrícolas y qué remedio.
El espejo es insondable, se reitera, pero yo tengo que ir cerrando el changarro si no deseo colmar la paciencia del lector. En un desolado poema sobre nuestro objeto y la destrucción nazi de Varsovia y Cracovia que le tocó padecer, Maria Wislawa Szymborska plasma a través de las atormentadas teclas de su máquina de escribir:

Ya no reflejaba la cara de nadie,
las manos de nadie arreglándose el pelo,
ninguna puerta enfrente,
nada que pudiera ser llamado
lugar. (...)

Y así, como todo objeto bien hecho,
funcionaba sin reproche,
con una profesional falta de asombro.

Ojalá (palabra sagrada) se vean en el espejo los que idealizan las guerras. Por causa de una ideología mesiánica y aberrante, en la Segunda Guerra Mundial murieron casi 5 millones y medio de polacos, muchos de ellos judíos. Según la ONU 2010, en total cobró la vida de 40 millones de civiles y 20 millones de soldados.


     
Fotografía: Shane Kell: https://www.pexels.com/photo/photo-of-gray-sneakers-1554613/
Fotografía: Shane Kell: https://www.pexels.com/photo/photo-of-gray-sneakers-1554613/
Contacto:

En facebook: Esteban Martínez

*Sobre el autor:

Esteban Martínez Sifuentes

Ensayista, narrador.

Egresado de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), Nació en San Luis Potosí hace varios ayeres, se dice lector compulsivo y fanático del cine, en particular de películas mudas estadounidenses de cómicos tipo Chaplin, Langdon, Lloyd y Keaton.

Obra publicada:
Esteban Martínez Sifuentes ha publicado siete libros; el último, de ensayos, es USA! USA! Mitos y antimitos estadounidenses, publicado por Editorial Almuzara en 2024. La novela negro-policiaca Malmarido, Ediciones Periféricas, 2020.

Deja un comentario