Disquisicionario. 13. Cruel e incomprendido: el humor negro. Esteban Martínez Sifuentes.



Cruel e incomprendido: el humor negro

Esteban Martínez Sifuentes

Por lo que más quieran, por sosiego y propia sanidad mental, no se tomen la vida tan en serio. “Si te quieres suicidar porque te he sacado todo, hazlo, no me interesa. Pero por favor, ¡no lo hagas esta semana que es mi cumpleaños, tienes que cantar las que me gustan!”. Si este personaje, pongamos que masculino de 40 a 50 años, insiste en consumar su plan, recordémosle que hay por ahí “más de cien pupilas donde vernos vivos, más de cien mentiras que valen la pena”, y que en Antofagasta o Alaska hay oportunidades de empleo. Y si aun así recalcitra, que realice su acto con discreción para no ofrecer espectáculos deprimentes. Luego fallan y es lamentable.
Dicen que el humor negro es el más incomprendido de los humores. Y es que él mismo tiene la culpa, se lleva muy pesado con la gente y a ésta no le gusta que alebresten los pecadillos que oculta dentro (“¡A mí no me engañas, sé que algunos guardas! ¿Por qué, a ver, el otro día…?”). De igual manera, nos espeluzna que refresquen nuestros defectos de carácter o las marcas de herencia imputables al insensible destino, como el tono de piel, la nariz arremangada o la ausencia de pañales de seda en el tendedero de nuestra infancia. En cualquiera de estas situaciones y muchas otras hay que respetar y respetarnos, prudencia.
El humor negro busca ser irreverente, provocativo; nos expone, nos arrincona para que tomemos partido desde ya: abandonar la sala de cine o reírnos, que es aceptar, trasladar el mensaje a casa y rumiarlo en la intimidad. El que se ríe del otro, se lleva. Es un cuchillo de doble filo, y sin empuñadura. Es como defender lo indefendible; pero yo no lo inventé, ya era viejísimo cuando mi aparición.
Entendido como sátira y mordiente crítica social, en nutridos casos es propinarle una patada en el traste a la sobrevaluada supremacía del yo y burlarnos un poco (o un mucho, depende) de la solemnidad que habita en nosotros mismos para salir fortalecidos. Si testerean nuestras sólidas convicciones, ¿qué nos escuece si las atesoramos en lo más profundo e inatacable? Ignorémoslo. ¿O no son tan sólidas? ¡Fortalécelas, documéntalas, discútelas con palabras que para eso se inventaron, pero no patees el sofá ni pongas bombas contra inocentes! Más apertura, si todo es ficción, accionar y modos de ser del ente humano, que nació para ocultar y revelar, conspirar y departir, solemnizar y juguetear un día sí y otro no, a escondidas en el closet, en el umbral de la puerta o a pleno sol. ¿O acaso te crees impoluto o superior? ¡Cuidado, el nazismo no poseía autocrítica ni sentido del humor y por esas carencias asesinó a millones!
El humor negro cuestiona, sazona con chile habanero y limón, con arsénico y encaje (Arsenic and Old Lace, Frank Capra, 1944). Si hay necesidad (y parece que siempre la hay), hurga con quitagrapas en la herida para que sobrevenga la catarsis en el lector o espectador. Está calculado, de otro modo sería comedia hueca, grotesca, sádica y, entonces sí, tal vez ofensiva. Además, en la literatura y el cine recae por lo regular en personajes viciosos, arrogantes, estólidos, pretenciosos, explotadores o matones. A veces aparecen las deformaciones físicas, pero van acompañadas de deformaciones morales.
En Un pescado llamado Wanda (Charles A. Crichton, 1988) se pitorrean de un tartamudo y para colmo intentan pegarle a cada rato en su nariz herida. Ah, sucede que es un pillo pertinaz y servil con su jefe.
En El quinteto de la muerte (Alexander Mackendrick, 1955), una bondadosa viejecita es asediada por malhechores relapsos que, como Tom-Silvestre-Coyote contra Jerry-Piolín-Correcaminos, siempre muerden el polvo.
En El esqueleto de la señora Morales (Rogelio A. González, 1960), una esposa indefensa, y chantajista, parece haber sido asesinada por el cínico-aunque-tolerante esposo subyugado, que funge de taxidermista y detesta a los allegados de su consorte por hipocritones y cotillas; exonerado por la ley, el culpable recibe su merecido de una forma inesperada.
Con cantidad de trancazos y sangre (implícita) de por medio, en En Brujas (o Escondidos en Brujas, Martin McDonagh, 2008), los mejores amigos del mundo, ambos católicos y simpaticones y uno con nobles sentimientos, se ven orillados a eliminarse el uno al otro; tenemos patente de corso para carcajearnos, son sicarios y cosechan lo que sembraron.
Mucho antes en Grecia, en la comedia clásica los ciudadanos se critican y putean cómicamente unos a otros como un triunfo de la libertad democrática del individuo: Las Nubes. Y, ambas obras de Aristófanes, en Lisístrata las mujeres cierran sus piernas a los maridos tratando de parar el trastorno de la guerra.
En la Roma del siglo II, Apuleyo perfila la novela picaresca del Siglo de Oro español con su irreverente Las Metamorfosis o El asno de oro, donde Lucio transformado por artes mágicas en burro es testigo de las injusticias contra los marginados. El picante diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara (1579-1639) levanta los techos de las casas como si fueran de cartón y presencia miserias e intimidades de sus moradores.
Inspirada en algún grado en el asesino de opulentas mujeres Henri Désiré Landru, Monsieur Verdoux (Chaplin, 1947) es una polarizante, blanca-negrísima película donde el personaje equipara, al pie de la guillotina, sus crímenes con los que cometen desde mullidos sillones los barones de la guerra a nombre de la patria.
El cochecito (Marco Ferreri, 1960) y El verdugo (Luis G. Berlanga, 1963), ¡qué joyas!, ¡y en plena época franquista! A Kieslowski le faltó el negro en su trilogía de colores, que no aparece en la bandera de Francia pero algo de esa tonalidad debe tener ese país. En Un tipo serio (2009) de los incansables mala-leche hermanos Coen, un catedrático ejemplar abrumado por las desgracias cotidianas sube a la montaña a suplicarle clemencia o alguna señal esperanzadora a Yahvé, y Yahvé, con su arcana sabiduría, le manda un rayo que lo pone a temblar aún más. Así se templa el acero.
Sin en cambio, no hace muchos años, en un viaje largo en autobús y en pleno mediodía (es relevante el dato), me tocó bancarme una película donde al arranque, cinco minutos, los dos personajes dialogan no importa de qué mientras aprontan su arsenal para el asalto a la joyería que se disponen a cometer en Los Ángeles. Los eméticos 125 minutos restantes (7,500 larguísimos segundos) son un ensordecedor enfrentamiento con las instituciones del orden regulares y especiales y un derroche de lo más explícito de balazos, humo, sangre y muertos; ni un gramo de humor, a excepción del involuntario. Luego, zanganeando en internet, descubrí que la cinta era, hasta ese momento, en la que se soltaban más balas por minuto en la historia de la cinematografía (la página especificaba cuántas pero no recuerdo). ¿Había menester de tremenda apología al plomo y el desprecio por el semejante? Claro que sí. A la brutalidad de los delincuentes por escapar impunes le corresponde la angurria de los productores por hincharse de dólares. ¿Y pasarla en horario infantil en el autobús?
Cantor insigne del amor y editor del asceta fray Luis de León, Francisco de Quevedo era un maestro de ese humor filoso y cruel (La vida del Buscón, “érase un hombre a una nariz pegado”). César Vallejo escribe con intención sacudidora, “quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo”, y “también quiero muchísimo lavarle al cojo el pie”. Thomas de Quincey se preguntaba ¿qué impide gozar del hecho estético de un incendio o un asesinato cuando materialmente no se puede hacer nada?
Freud el infaltable consideraba el humor, sin tonalidad o de todas las tonalidades, como capaz de aligerar el peso de la rutina y la aflicción que nos ronda con singular constancia. Y aunque no lo hubiera dicho, el humor es artículo de primera necesidad, dispositivo de defensa. “Destapa”, libera al permitir que ciertos contenidos traumáticos salgan a orearse y, si nos descuidamos, a armar un aquelarre.
En tal eventualidad, les suplico contención, mesura, que no causen tanta batahola y traten de entender que los otros también tienen derechos. El poeta y teórico del surrealismo André Breton recopiló una impagable Antología del humor negro (1940) y, de paso, incorporó el término “humor negro” a la belicosa y materialista cultura occidental. La obra estuvo vetada cuatro años, lo que duró el gobierno colaboracionista de Vichy en Francia.
El humor negro arranca risas en situaciones incorrectas, tristes, trágicas o incluso grotescas, en temas tabú o sagrados. Comodino y entrometido, se aviene a todo. Lo echan a patadas, vuelve. No se burla (bueno, en ocasiones sí) de las religiones ni del auténtico creyente promedio, sino de los que se amparan en alguna de ellas para creerse mejores o cometer atrocidades. Es genérico, no tiene nombre ni apellido, es humor adulto en todas las acepciones. Jamás debe ser dirigido directamente por un niño a otro niño o por un adulto a un niño.
Si está bien logrado (y el inglés Alec Guinness era un gran actor ejemplo de ello), no es de mal gusto como sostienen algunos. No es sangre ni vísceras expuestas a diestro y siniestro como el gore. No es ver sufrir hora y media a una mujer indefensa en garras de un psicópata o un maligno ente sobrenatural. No es facilona destrucción de autos, peleas a balazos al menor recoveco de la trama. “Aptas para todo público”, la mitad de la producción de Marvel y Pixar (Disney) son películas belicistas sin ningún embozo.
Es cierto, contar un chiste de esa tonalidad funérea puede ofender o herir susceptibilidades, étnicas, socioeconómicas, regionales, sexuales, de género. Por eso, como decían los intérpretes de corridos, para “empezar a cantar, pido permiso primero”. ¿Me permiten…? ¿Por qué los pobres mineros de las compañías canadienses no pueden viajar? Por su alto contenido de metales en las venas, siempre suenan los detectores de los aeropuertos. Les advertí.
Es, aparente paradoja, sutileza gruesa, guarra y refinada no apta para tibios, pacatos, ñoños, sensibleros, damas iglesieras o caballeros relamidos. Nada ni nadie se eleva por encima de una carcajada arrancada con frescura y originalidad en, esto sí sacratísimo, la intimidad de la lectura o el solaz de una película. ¿Desterrarlo de los medios?, ¿multarlo? Es muy difícil y resultaría contraproducente. Lo ideal sería tolerar al prójimo, amarlo y, better than better ya que los verbos precedentes causan comezón y escepticismo, entenderlo. Sin visos de elegancia y casi sin advertirlo, a diario empleamos la parodia, la ironía, la sátira, el absurdo, lo grotesco y otras concomitancias. Aprendamos a aplicarlas con refinamiento y contra los verdaderos enemigos de la colectividad. Los demagogos, los corruptos, los violadores, los pederastas, los mafiosos, los narcotraficantes, los prepotentes, los exclusivistas por motivos que incumben a la dignidad humana.
“En este establecimiento no se discrimina a nadie en razón de su sexo, su color de piel, su…” Son medidas básicas plasmadas en letreros comunes en la actualidad, pero cuyo trasfondo ha costado y cuesta mucha sangre. V.g., la abolición de la esclavitud y la real vigencia de la no discriminación en Estados Unidos, Sudáfrica y países con culturas originarias intervenidas con pólvora y acero por europeos.
No es afán mío fomentar la violencia ni siquiera verbal, pero puede resultar una excelente táctica defensiva: ármate de una selecta dotación de chistes contra el hostil, y cuando él lance uno contra tu sensibilidad, tú encájale otro inapelable contra la suya, por lo menos concluirá en empate. Veneno y contraveneno:
─A los negros Dios los olvidó en el horno, por eso su pigmentación tan tostada.
─Y tus ancestros blancos le tenían tanto pánico al sol que se escondían en cuevas, de ahí el tono crudo del pellejo y por eso nadie los traga.
─Era solo un chascarrillo, calma. No buscaba ofenderte.
─Yo tampoco. Salud.
En una definición válida asimismo para el humor del teórico de la cultura e historiador Johan Huizinga (Homo ludens, 1938), el juego como capacidad del ser humano se da (debe darse) siguiendo reglas consentidas en libertad y debe practicarse fuera de lo que pueda considerarse utilidad o ventaja inmediata. Hagámoslo así, es gratis y paga dividendos. Un ejemplo de resiliencia y alegría por vivir “a pesar de todo”: Helen Keller, que era inteligente, activista de izquierda y anti-nazi. Existen muchos otros. Basta aguzar los fanales, y empatía, por favor, si es que les queda alguna...
─Lo que es la mía, no la encuentro desde la otra noche que me la quité para bañarme. Ja, creo que nunca he tenido y no me hace falta desde que una vez, mis padres, siendo yo apenas un chavalillo…
El buen standopero o cuentachistes profesional en vivo sabe que un principio básico para enganchar al auditorio es burlarse de sí mismo; y luego, entonces sí, agitar la guadaña del ingenio contra todo lo que se mueva en el universo, TODO: judíos, musulmanes, Testigos de Jehová, gays, ateos, marcianos, afrodescendientes, amorosos que susurran a Jaime Sabines en el oído de la amada en un Burger King, intelectuales, ludópatas, cancerosos, blancos color carne de pescado, tímidos, gandallas, oficinistas, albinos, pelirrojos, el Papa, Donald Trump, potosinos, rusos, asiáticos ojos de rendija, embarazadas, impotentes, cornudos, bígamos, mataditos en el estudio, enclenques, bulímicos, diabéticos, vigoréxicos, vegetarianos o los que manejan grúas en cualquier parte del mundo. Esto es (repetimos sin pizca de humor aunque convencidos), todo lo que se mueva.
No siempre funciona, si no pregúntenles a los del semanario satírico francés Charlie Hebdo; no obstante, vale la pena atrever a divertirse sin tanto lastre o gravedad que solo nos hunde más en la noche fría e irremediable personificada por la Flaca Dama.



        
Fotografía de James Frid, en Pexels
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En facebook: Esteban Martínez

*Sobre el autor:

Esteban Martínez Sifuentes

Ensayista, narrador.

Egresado de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), Nació en San Luis Potosí hace varios ayeres, se dice lector compulsivo y fanático del cine, en particular de películas mudas estadounidenses de cómicos tipo Chaplin, Langdon, Lloyd y Keaton.

Obra publicada:
Esteban Martínez Sifuentes ha publicado siete libros; el último, de ensayos, es USA! USA! Mitos y antimitos estadounidenses, publicado por Editorial Almuzara en 2024. La novela negro-policiaca Malmarido, Ediciones Periféricas, 2020.

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