Disquisicionario. 11. Materialización de la dulzura: las frutas. Esteban Martínez Sifuentes.



Materialización de la dulzura: las frutas
Esteban Martínez Sifuentes

¡Del verano roja y fría
carcajada,
rebanada
de sandía!
(Juan José Tablada, 1871-1945)

Son bálsamo, bendiciones de la naturaleza, néctar de los dioses, por el color y el olor, por la sonrisa que nos arrancan la miel y los matices de arco iris de sus sabores, por los nutrientes que aportan al preciso y exigente organismo humano, ¡qué mecanismo de relojería o supercomputadora ni qué nada!
No engordan. Si se consumen en sazón y con medida raras veces causan daño, nos ponen de buen talante. Su variedad y colorido son infinitos. Desde el diminuto, oscuro y exquisito capulín, hasta la formidable yaca, un producto intimidante y exótico, de caparazón verde y rugoso como bestia antediluviana, de reciente introducción en el mercado mexicano. Mango: petacón, ataulfo, manila, tommy; plátano o banana: tabasco, dominico, manzano, morado, macho.
Más allá de la discusión fruto o fruta (“¿Qué son el aguacate y el jitomate…? ¡Pues no, señor!”) y de otras consideraciones técnicas apasionantes para agrónomos y cultivadores, aquí hablamos de un postre, el snack óptimo, el producto en esencia dulce o agridulce de una planta arbórea o herbácea, cultivada como el lector o silvestre. Bayas o frutos del bosque: mora, arándano, grosella, frambuesa; vainas: mezquite, guamúchil, jinicuil. Lavado a conciencia, el empaque, piel o epicarpio de algunas frutas se puede comer, reciclar o emplearse en la confección del nepente de los quisquillosos dioses aztecas, griegos o del panteón que sea. Con piña, el tepache. Con uva, el venerable vino, que data de la Edad de Piedra (Neolítico), a la par que la agricultura, la ganadería y la alfarería, y escenifica en la Biblia un pasaje milagroso de alegría y celebración y sigue siendo central en la liturgia judaica y católica. Pan y vino.
En Egipto, Grecia y Roma se veneraba a Dionisio o Baco. En el mito griego Dionisio le entrega la vid a Ampelo, un sátiro, quien enseña su cultivo a los hombres. La ampelología se encarga de las variedades de la vid (cepas) y su cultivo. Dios olímpico contradictorio que produce placer y dolor, a Baco se le representaba con racimos de uva y hojas de parra, acompañado o no de bacantes, ménades y sátiros. Así lo plasman, entre otros, Miguel Ángel y el aficionado a bacanales y pendencias Caravaggio.
Por las prisas, un plátano antes de salir o una manzana para el trayecto es el único alimento durante horas de no pocos estudiantes y trabajadores connacionales y, supongo, de otras latitudes. Una mexicanísima pintora de origen alemán que retrató la fruta con el gusto con que debe de habérsela comido: Olga Costa (n. Olga Kostakowsky). Las sandías de Rufino Tamayo también son célebres. “Una mexicana que fruta vendía, ciruela, chabacano, melón o sandía…” Este popular juego infantil de origen español fue secuestrado por los adultos en sus bodas y los niños ya no lo practican.
Despuntan unas comunes en los cinco continentes, la naranja, la uva, la fresa; pero casi en cada país hay variedades aquerenciadas y favoritas. Entre las populares en el mío, además de las mencionadas: papaya, tuna, guayaba, toronja, coco, mandarina, higo, lima, durazno, granada, mamey, pera, guanábana y cereza para coronar el pastel. Igual de sápidas y nutritivas, hay frutas regionales, difícilmente conseguibles fuera de ciertas zonas: chicozapote, zapote blanco y negro, chirimoya, ciricote, garambullo, nanche, pitaya (del semidesierto), pitahaya (del trópico). Algunas que se cree variedades autóctonas proceden de China, Filipinas o así. Qué importa, mi mamá me la daba desde chiquito. La diversidad y la trashumancia son inherentes a la naturaleza y, por ende, al ser humano. Es parte de su fortaleza. El mango ataulfo, melífera hibridación lograda en Chiapas, se exporta a una veintena de países con todo y endocarpio, semilla, carozo o hueso.
Qué tiempos aquellos cuando en el patio de las viviendas florecían limoneros, granados, capulines, nopaleras, tejocotes, membrillos. Hoy, si con suerte hay patio: coches, juegos infantiles desairados, un par de arriates con plantas decorativas, derroche de cemento y mosaico (es de buen gusto forrar de mosaico los espacios exteriores).
El capulín, endémico del centro de la república, está en peligro de extinción; además de ambrosía, dicen que es bueno para prevenir el cáncer. Lo cierto es que resulta una fiesta incluso recolectarlo a puños a inicios del verano. “¡Y es que son desgreñados y tiran mucha hoja!”, aducen los pragmáticos a ultranza que andan sueltos por ahí.
Algunas, muy pocas, huelen mal; la mayoría, delicioso (El olor de la guayaba, de García Márquez). Extractadas o sintetizadas usurpando su nombre, sus fragancias se usan en chicles, pasteles, gelatinas, lápices labiales, aromatizantes de ambiente, desodorantes personales y hasta papel higiénico. Se destilan perfumes carísimos for men and women con destellos afrutados. Por falta de jugo y pulpa o exceso de acidez, unas solo se aprovechan para jaleas, infusiones, licores, aguasfrescas o ponches, caso del semilludo e infaltable en Navidad tejocote, especie de manzanita frustrada si no fuera porque además enriquece la piñata estacional. Secas, de preferencia con el sol, son las pasas y los orejones. Concentración de dulzura, sabor y nutrientes.
La modesta fruta es digestiva, inmejorable a cualquier hora, barata si está en temporada. Aportan agua, vitaminas, minerales, fibra, antioxidantes, azúcares y grasas de rápida asimilación. Por bombardeo de publicidad e influjo del cine gringo, los remilgositos de todos los rangos sociales prefieren el vaso de jugo de caja, de sospechoso tinte homogéneo y más atractivo que el natural; los edulcorados cornflakes con leche, añadiéndoles más azúcar y si acaso algunas rodajas de plátano, o el yogurt de frutas industrializado con el mendaz letrero de “cien por ciento natural”. Perdónalos, Señor, sí saben lo que hacen pero les vale gorro. Corroboren, o nieguen, sentados con mente abierta en cualquier plaza o calle de México país: de cada diez personas que pasan, siete u ocho lucen con sobrepeso. ¿Gozo de vivir?, ¿genética nacional? Hábitos alimenticios perniciosos, comida chatarra, conductismo. Duele decirlo (y no creo ser el primero), parecemos un pueblo conformista, fofo, debilucho, enfermo, diabético. Y me abstengo de mencionar lo que vemos, escuchamos, expresamos o (no) leemos en el tiempo libre. Van de la mano.
En Ciudad de México, Guadalajara y megalópolis similares el tendido de frutas en la banqueta le infunde vitalidad y lujo a barrios y calles deprimentes. En la pantalla nunca he visto a un gánster o un asesino en serie comerse una fruta; son ácidos, corrosivos. Insectos-flor-fruto logran una delicada simbiosis perfecta desde la noche de los tiempos. Atraídas por sus tonalidades, aves, primates y otras creaturas sabias las comen y desechan sus semillas por selvas y sabanas perpetuando las especies.
En la magnífica Short cuts (Robert Altman, 1993), uno de sus tantos protagonistas, un comentarista de televisión superinformado, se dispone a desayunar hojuelas de maíz en un sucinto comedor de hospital; mientras escucha perorar a su egocéntrico padre, pela un plátano para cortarlo en tejos. Es una banana de un amarillo impecable y parejo, como les gustan allá y dondequiera. Pues bien, esas no son las mejores de acuerdo con la ciencia, ya que contienen almidones indigeribles para el estómago. Las más nutritivas y dulces son las oscuras y con pecas, oro viejo. Así con las otras frutas.
En el mítico Paraíso Eva tentó a Adán con una manzana, ¿por qué no lo hizo con un manojo de nabos o una hoja de acelga, que seguro también había ya que ahí no faltaba nada? Porque la manzana es deliciosa y sabía que él, aunque era más cervecero y carnívoro que los rancheros de Texas, no iba a rechazarla. Son decorativas, y los chinos nos encasquetan por doquiera de fruteros completos de plástico, cerámica, metal, papel maché, bambú y a saber qué más. La íngrima ventaja, que no se oxidan y no atraen a los mosquitos. A mí tampoco.
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*Sobre el autor:

Esteban Martínez Sifuentes

Ensayista, narrador.

Egresado de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), Nació en San Luis Potosí hace varios ayeres, se dice lector compulsivo y fanático del cine, en particular de películas mudas estadounidenses de cómicos tipo Chaplin, Langdon, Lloyd y Keaton.

Obra publicada:
Esteban Martínez Sifuentes ha publicado siete libros; el último, de ensayos, es USA! USA! Mitos y antimitos estadounidenses, publicado por Editorial Almuzara en 2024. La novela negro-policiaca Malmarido, Ediciones Periféricas, 2020.

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