Disquisicionario. 9. Los inicios de la civilización y el encendedor. Esteban Martínez Sifuentes.


Los inicios de la civilización y el encendedor
Esteban Martínez Sifuentes

Además de gas, el encendedor de bolsillo o, casi un anacronismo, el mechero, contiene en su reducida escala y bajo costo los heroicos comienzos de la humanidad: la domesticación del fuego. De una u otra forma, palos que se frotan, yesca y pedernal, cerillo o fósforo, la lumbre más o menos instantánea nos ha acompañado con fidelidad canina en periodos de guerra y paz desde hace milenios. Es útil. Lo que es útil tiende a sobrevivir y evolucionar a través de las eras.
El encendedor actual, esa baratija desechable que se adapta al puño y el dedo gordo, lleva implícita la gigantesca gesta del titán Prometeo, amigo de los mortales, de robarles el tesoro del fuego a los dioses para ofrecérnoslo a nosotros. El enojadísimo Zeus se desquitó arrojándonos la maldición del trabajo. Sin duda alguna nos hizo el favor de poner a prueba la resistencia e inventiva de los humanos, corazones ardientes. El ocio prolongado no acarrea nada positivo, las vacaciones saben a gloria tras meses en la cámara de tortura del empleo, aunque te guste y remuneren pasablemente bien.
En varias culturas los sacerdotes y su cohorte de vestales y acólitos fueron los guardianes del fuego sagrado (exactamente el mismo que el profano), los encargados de mantenerlo crepitante. En la Grecia clásica el fuego era uno de los elementos que constituían la materia: tierra, aire, agua y fuego. Un quinto elemento o quintaesencia, el vacío o éter, fue añadido después y era ley en el chisporroteante laboratorio de los alquimistas, quienes fueron sentando las bases de la humilde química moderna persiguiendo, casi nada, la piedra filosofal o fórmula para trasmutar el plomo en oro, y dar con el elíxir de la vida o panacea universal. El doctor Frankenstein, “el moderno Prometeo”, le insufla vida (fuego de fuegos) a una retacería de cadáveres y crea un ser monstruoso; un espantajo o remedo cuya humana sensibilidad y desamparo llegan a despertar compasión y ternura. Tanto como advertencia moral de querer imitar a Dios, debe entenderse como fábula contra los que engendran hijos, por egocentrismo o lo que sea, sin hacerse cargo de ellos. A la par, ni qué decirlo, es una de las novelas cimeras de la ciencia ficción.
Y el encendedor está entre los objetos que más se nos pierden o roban con total impunidad, sobre todo a los fumadores, tanto de tabaco como de marihuana o alguna otra distracción de moda. Y en casa, para encender la estufa, el calentador de agua o una vela de cumpleaños, nunca permanece en el sitio asignado por el alto mando.
En las abarroterías o estanquillos que venden cigarros al menudeo, “sueltos” decimos en México, de plano lo afianzan con un cordel vigoroso y metros de cinta adhesiva. Juro que he visto figones donde lo sujetan con cadena gruesa, capaz de disuadir la fuga de un reo con sentencia capital en Huntsville.
Todo está a punto, ordenado con pulcritud y estética en la parrillada finsemanera en el patio, la azotea o el estrecho balcón en el décimo piso de un minúsculo departamento para dos personas y si acaso un chihuahueño: la música, las chuletas marinadas con receta secreta, el carbón, las bebidas, los invitados, ¿y el encendedor? “Carajo, no lo encuentro, aquí lo puse hace rato, ¿quién tiene un encendedor?”, exclama el anfitrión. Y de inmediato una voz apoyadora: “¡Ey, atención!, ¿alguien aquí tiene un encendedor?” Y otro invitado voluntarioso: “No, yo no, pero Fulano fuma, él seguro carga uno”.
Y Fulano, avergonzado porque así son los fumadores últimamente, busca en ambos lados de su chaqueta, en la camisa, en los bolsillos del pantalón, y contesta, más avergonzado aún: “No lo encuentro, creo que lo dejé en el coche”. “Pues ve por él, rápido, que ya va empezar el partido, y si no, compras uno en la tiendita de la esquina”. El asunto es que va por él, hurga en el carro y tiene que recurrir a la tiendita, que no está en la esquina inmediata sino varias más allá. Cuando vuelve ya huele a carne quemada desde la planta baja; no obstante, le reclaman por su tardanza.
Y la mañana siguiente halla su encendedor en el bolsillo que tanto había fustigado desde el inicio, más otro artilugio ígneo que no era de él, lástima que no sirva. Trastadas de los objetos pequeños, necesarios para ir tirando.
En la perenne lucha contra la naturaleza dependemos de las cosas ínfimas y de discreta pero infalible practicidad más de lo que estamos dispuestos a reconocer. Mal hecho. La naturaleza y todo lo que hay en medio nos concierne, ¿a quién si no? Somos ella. Hay que tratarla con cortesía y admiración, independientemente del tamaño con que se represente, microscópico, human size o macroscópico.
Si la atmósfera tuviera entre sus componentes una pizca más de hidrógeno, azufre o metano como sucede en casi cualquier otro planeta o satélite fotogénico a la distancia, prender la parrilla nos impediría para siempre disfrutar de un partido, por muy Real Madrid contra el Bayern Múnich que fuera. Habría que inventar entonces un encendedor apropiado, una nueva forma de convivencia o una diferente manera de ser humanidad.
El encendedor, señoras y señores, candela sagrada, fuego aliado, el sueño áureo vuelto materia de puritanos quemabrujas y otros pirómanos, la herramienta básica del honroso despachador de tacos al pastor, ese que cuchillo en mano ejecuta vistosas florituras y malabarismos al tajar la piña en lo alto del asador para atraparla con garbo en la tortilla.
─Comunícame tu ardor, camarada ─te interpelaba en épocas pretéritas un desconocido en la nocturnidad del barrio.
─¿Qué? ─respondías tú, erizado por el inminente asalto.
─Tranquilo, maestro. Paz universal. ¿Tienes llama? ¿Soplete, chispero o fósforos?
─Ah, sí. Claro, claro… Quédatelo, traigo otro.
Tan solo con que le obsequiaras fuego, se convertía en tu aliado para la eternidad; si no llevabas, no había bronca. Sí, fue una buena etapa.


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*Sobre el autor:

Esteban Martínez Sifuentes

Ensayista, narrador.

Egresado de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), Nació en San Luis Potosí hace varios ayeres, se dice lector compulsivo y fanático del cine, en particular de películas mudas estadounidenses de cómicos tipo Chaplin, Langdon, Lloyd y Keaton.

Obra publicada:
Esteban Martínez Sifuentes ha publicado siete libros; el último, de ensayos, es USA! USA! Mitos y antimitos estadounidenses, publicado por Editorial Almuzara en 2024. La novela negro-policiaca Malmarido, Ediciones Periféricas, 2020.

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