Disquisicionario. 8. Fitzgerald y Carraway: la realidad en la ficción. Esteban Martínez Sifuentes.

                    

Fitzgerald y Carraway: la realidad en la ficción
Esteban Martínez Sifuentes


Egresado de Yale y empleado en la correduría de acciones, el bonachón Nick Carraway se acaba de mudar del medio oeste, en los “bordes del universo”, a un lujoso barrio en los suburbios de Nueva York. Bahía de por medio, ha alquilado una modesta casa cerca de su prima Daisy y su marido Tom, hombre exitoso y racista aficionado al polo. Carraway no tarda en quedar deslumbrado por la distinción y el enigma de uno de sus vecinos ahí a unos pasos, el de la residencia más fastuosa de la zona. Pronto éste lo invita a una de sus rumbosas fiestas quincenales en la mansión y van trabando amistad. Esto en la novela de Scott Fitzgerald El gran Gatsby (1925), literaria y extraliterariamente con olor a alcohol y dinero y amenizada por el movido jazz de la época.
Es la obra cumbre del autor de Saint Paul, Minnesota (1896-1940), universitario fracasado y alcohólico, y una de las mejores del siglo XX. En ella se contrastan muchas cosas que importan, el amor y el desamor, la riqueza y la pobreza y, en la moral de Carraway, la superficialidad de los poderosos y la virtuosa ingenuidad provinciana contra la decadencia de la megalópolis.
Este joven optimista, el narrador de la historia, no tarda en ser invitado por el encantador Jay Gatsby a almorzar en el centro de Nueva York; aquél acepta complacido. A sugerencia de Gatsby, acuden a un discreto y exclusivo restaurante. Se sientan a la mesa con el viejo Meyer Wolfsheim, quien de entrada le parece al noble Carraway un actor aburrido o un inofensivo dentista. Marginado un tanto en la conversación, no tarda en enterarse que es un apostador, pero no uno amateur o de medio pelo, sino el que amañó la Serie Mundial de Beisbol de 1919 entre los “Medias blancas” de Chicago y los “Rojos” de Cleveland.
A inicios de la instauración de la Ley Seca, eran años de bonanza económica, gran corrupción política y consolidación de los grupos mafiosos italianos, judíos e irlandeses. Un suceso que marcó por décadas la historia de ese deporte en Estados Unidos, The Black Scandal consistió en que el equipo de Chicago se dejó ganar los partidos que definían el campeonato. Para las autoridades, el fraude salió de la cabeza del primera base del equipo. Ambición, pero también una especie de represalia contra la roñosería del propietario de los Medias blancas, que hacía pagar a sus jugadores hasta por los uniformes limpios, por lo cual iniciaron una huelga. Figuras similares de la época eran Henry Ford y William Randolph Hearst. Sobre éste existe una película imperecedera, un tanto sesgada con relación al magnate del periodismo puesto que el personaje a la sazón estaba vivo, amenazó con demandar a Orson Welles y hacerle la vida imposible hasta el último suspiro; sobre el otro, Ford, promotor del nazismo, pocos se han atrevido a retratarlo en una gran producción.
Como cerebro táctico y financiero del garlito deportivo de 1919 se agazapaba el gánster profesional Arnold Rothstein, quien sirvió de inspiración para el Wolfsheim de la novela de Fitzgerald. Al final fueron vetados de por vida de ese deporte ocho jugadores, a quienes se les había prometido una bolsa de cien mil dólares por su fingimiento. Los verdaderos responsables permanecieron impunes, igual que en el Crack bursátil que tardaría pocos años en estallar.
Toda creación literaria (toda creación a secas) se nutre en mayor o menor grado de realidad y mentira, verdad e imaginación, son los dos ventrículos del corazón o, como gustéis, los dos hemisferios del cerebro. Impulsos naturales. Los escritores de ficción suelen embozar sucesos y personajes de la realidad por diversos motivos. Unas veces son fácilmente reconocibles, otras no tanto, y pueden ser un estímulo para el espíritu detectivesco de cualquier lector; si no se descubren no importa tanto, la obra debe funcionar como un todo redondo.
La dosis original depende de la malicia del escritor. En la novela en cuestión, el otro yo de Fitzgerald es Tom Buchanan y, más aun, Carraway. La frágil y caprichosa Daisy, el evanescente amor eterno de Gatsby, es Zelda (1900-1948), la hiperactiva esposa en la vida real de Fitzgerald, quien rechazó varias veces al aspirante a escritor porque “las niñas ricas no se casan con muchachos pobres”, aunque ella no era demasiado rica ni el pretendiente demasiado pobre; cuestión de aspiraciones, y de simulación. Zelda no era la primera que, como Daisy a Gatsby, lo rechazaba por el mismo motivo.
Los Fitzgerald fueron la pareja perfecta unos años, un icono de matrimonio alegre y despreocupado, escandalizante y digno de chismearse en la prensa donde estuvieran, en Hollywood, en la costa Este o fiesteando en París con Hemingway, Stein, Picasso y otros desenfadados rebeldes. Ella hija de un juez de la Suprema Corte de Alabama y bailarina de revista (flapper), y él famoso por su primera novela, A este lado del paraíso (1920). Eran célebres. Sobrevinieron las traiciones mutuas. Zelda, que anhelaba ser artista de ballet, escritora y pintora, terminó en el manicomio. Scott, abrumado por la vida y más alcoholizado que nunca, murió antes a los 46 años, con una hija desatendida y una obra imperecedera. ¿Es el precio de ser escritor? No siempre es así (los bienportados Borges y Bioy Casares, dos ejemplos a mano) y además casos similares e incluso peores se dan donde no hay creatividad.
En el cine, Chaplin usó maravillosamente el recurso del embozo a medias para otorgarle mayor densidad a la sátira y potenciar el escarnio hacia los personajes reales de El gran dictador (1940): cualquiera con mínimas nociones de historia reconoce que la figura Adenoid Hynkel representa a Adolfo Hitler, y Bencino Napolini a Benito Mussolini.
Allá por el 422 a.C., en la disfrutable comedia Las avispas el griego Aristófanes no tuvo empacho en ridiculizar por su nombre a su rival político Cleón, e incluso llama a dos de sus protagonistas Filocleón y Bdelicleón, es decir pro-Cleón y anti-Cleón. Cleón de Atenas, general en la Guerra del Peloponeso y representante de la clase empresarial, no era de los que se tragaban burlas así como así, pero no se conocen sus represalias contra el autor; seguramente las hubo. Se dice que doña Luisa, madre de García Márquez, le reclamaba con sentido del humor al hijo haberla retratado en varias de sus obras y, sobre todo, en Cien años de Soledad (“Úrsula cien años”). De no haberlo externado ella, pocos se hubieran dado cuenta.
Por diversas razones, que a veces llegan a la agresión física, en ocasiones conviene disfrazar la realidad, lo que no significa falsearla o mentir, sino crear. El quid, nada fácil, está en aprovecharla, exprimirla para encontrarle la originalidad, el ángulo diferente, novedoso.
Volviendo a El gran Gatsby, en el capítulo inicial de la obra, Tom Buchanan, interrumpe a Carraway para señalar durante una inocua comida familiar: “La civilización se está cayendo a pedazos. Me he convertido en un terrible pesimista al respecto de las cosas. ¿Has leído El ascenso de los imperios negros de este hombre Goddard?” Carraway, que se precia de ser una persona honesta, reconoce que no. Y Tom aprovecha para añadir: “Bien, es un buen libro, y todo el mundo debería leerlo. La idea es que si no tenemos cuidado, la raza blanca será… terminará completamente subyugada. Todo es científico; incluso está comprobado”.
El ascenso de los imperios negros y su autor Goddard no existieron; sí es verídica, en cambio, la realidad de La caída de la gran raza, de Madison Grant, y La ascendente marea de color contra la supremacía blanca en el mundo, de Theodore Lothrop Stoddard, de cuyos títulos y autores Scott Fitzgerald destiló los suyos. Así, de manera original y sintética, dota de ideología y corporeidad real al ficticio millonario supremacista Tom, el altivo e infiel esposo de Daisy, y se evita posibles reclamos de los influyentes autores Grant y Stoddard y su legión de seguidores, entre los cuales se contaba Theodore Roosevelt. Grant moriría en 1937 y Stoddard en 1950; aún tienen adeptos.
Según el periodista Rich Cohen, el hampón Rothstein fue el primero en vislumbrar que la Ley Seca (1920-1933) significaba una inmejorable oportunidad para los grandes negocios, y actuó en consecuencia. Rothstein fue asesinado por una deuda de póker en 1928. Su alter ego en la ficción Wolfsheim, más que socio, “creador” de Jay Gatsby (al parecer él le ayudó a amasar su fortuna), concluye su breve y significativo paso por la trama negándose a asistir al entierro de Gatsby a pesar de la insistencia de Carraway. “Aprendamos a demostrar nuestra amistad con un hombre cuando está vivo y no después de su muerte”, finaliza ese gánster crepuscular continuador de El padrino de Coppola (primera parte, 1972) y sucesivos pillos de tono patriarcal. Realidad que parece ficción, el mismo Francis Ford escribió el guion de la película epónima de la novela, la de 1974 (Jack Clayton) donde aparecen Redford como Gatsby y Farrow como Daisy, sin duda la mejor de las cinco o seis que se han hecho.
Carraway, que nos ha ido mostrando sutilmente su creciente malestar por la vida vacua e hipócrita y la imposibilidad de recuperar el pasado que deseaba Gatsby con todo el poder de su fortuna, decide acompañar hasta su tumba al hombre corrupto que ha admirado. No obstante, Jay Gatsby le resulta mejor persona que Tom, Daisy y el resto de los ricachos de alcurnia tipo Donald Trump que ha conocido. Asqueado, al final Nick Carraway se vuelve al virtuosismo rural del medio oeste donde cree pertenecer. Allá, mera especulación, se volverá rico con la experiencia adquirida en Nueva York y tendrá hijos que querrán ser como Daisy y Tom. Suele suceder en la realidad.


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*Sobre el autor:

Esteban Martínez Sifuentes

Ensayista, narrador.

Egresado de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), Nació en San Luis Potosí hace varios ayeres, se dice lector compulsivo y fanático del cine, en particular de películas mudas estadounidenses de cómicos tipo Chaplin, Langdon, Lloyd y Keaton.

Obra publicada:
Esteban Martínez Sifuentes ha publicado siete libros; el último, de ensayos, es USA! USA! Mitos y antimitos estadounidenses, publicado por Editorial Almuzara en 2024. La novela negro-policiaca Malmarido, Ediciones Periféricas, 2020.

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