Disquisicionario
Alas a la imaginación: la pluma
Esteban Martínez Sifuentes
A otro héroe anónimo de la humanidad se le ocurrió, para desahogar la pesadumbre que rebullía en su alma o recordar la deuda del vecino por las vacas que le vendió semanas atrás, recoger la pluma que había soltado un ganso en una zacapela contra otro ganso. Sucedió así: la observó con detenimiento durante horas (antes sobraba el tiempo), la remojó por la parte delgada en el caldo espeso y negro que por azar tenía a su alcance y, reflexivo, se puso a garrapatear sobre la superficie lisa y receptiva (arcilla, pergamino o papel) que estaba en su mesa…
No estamos seguros de que haya sido así. En todo caso, primero tuvo que haberse inventado la escritura, el alfabeto, ¿o fue al mismo tiempo? En fin, lo relevante aquí es que la pluma, la punta afilada y manipulable de una estaca, cálamo (caña) o hueso, y la escritura se aliaron para inaugurar una revolución más significativa que la invención de la imprenta o el internet. Largando la prehistoria, daban paso nada menos que a la Historia, el registro perdurable de cualquier cosa que acontecía, había acontecido o acontecería en el entorno e incluso, abstracción más abstracción, en las fantasías.
De ahí la importancia de gimnasia cerebral de la lectura, que es descifrar una abstracción (el lenguaje, la escritura) dentro de una abstracción (el escritor) dentro de otra abstracción (el lector). Y puede haber más, sucede que mi capacidad de abstracción no da para tanto. El envite por la lectura es más alto que apoltronarse frente a Netflix o derribar enemigos en los videojuegos, pero paga mejor y siempre se gana, así sea un puñado de relucientes palabras nuevas, una frase luminosa, la hebra de una remembranza, ¿quieren apostar?
La pluma estilográfica es como el pariente rico del lápiz, y el bolígrafo un aspiracionista clasemediero, en apariencia. A condición de que no falle, es el invento perfecto, barato, duradero, democrático.
Dispositivo relativamente reciente y ahora desechable (su producción masiva comenzó a inicios de los 40 del XX en Argentina), el bolígrafo vino a liberarnos de cargar con la pesada pluma fuente o estilográfica, cuya tinta se acababa a mitad del urgente manuscrito, se atascaba o secaba antes de ser usada, aparte de que tenía la maña de derramarse en cualquier paño blanco (como el mar al delfín, le sigue fascinando la tela blanca). A su vez, antes, la estilográfica metálica nos liberó de portar la pluma animal y el engorroso tintero a todas partes, esto a mediados del siglo XIX, si bien los árabes, expertos calígrafos por su religión, empleaban algo similar desde 900 años atrás. Con un cuadernillo en la otra mano pudimos anotar, bosquejar pormenores o ángulos esenciales en cualquier sitio, incluso caminando, como los esforzados reporteros o los secretarios particulares del político trinchón y el importantísimo CEO de algo.
En Argentina y regiones de Suramérica le nombran birome y en otros países biro. Pensé que era lunfardo, un porteñismo. No. Su origen es interesante. Fue una marca comercial, Birome, con los apellidos de sus primeros comercializadores, los hermanos húngaros Biro y su amigo Juan J. Meyne que huyeron del nazismo.
Los socios, uno de ellos Lázló Biro, periodista e inventor definitivo, la llamaron esferográfica. Entre otros atributos que pregonaba su publicidad y hoy nos parecen obvios (salvo el último), estaban: siempre cargada, tinta indeleble y de secado rápido, punta esférica, y “única para la aviación”. Popular tras el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, se le conoció también como pluma atómica, lo cual me obliga a protestar aunque sea a destiempo. El bombardeo fue un acto de barbarie y la pluma es civilizatoria. Salvo insultos y amenazas, todo lo que tenga que ver con el lenguaje lo es.
En los 50 Lázló Biro se mudó a Francia, donde vendió la patente a un tal Marcel Bich, que simplificó y abarató la producción del esferógrafo, convertido hoy día en el ubicuo y transparente Bic. En conclusión, ¿el bolígrafo se lo debemos al nazismo? No, a esa podrida doctrina no le debemos sino el dolor que causara; sí a la tenacidad de los Biro.
En realidad los tres instrumentos de expresión personal, estilográfica, lápiz y bolígrafo, tienen en la actualidad sus nichos de uso. Aunque el desenlace sea idéntico, impensable con un Bic la firma entre mandatarios nacionales de un pacto comercial de chorrocientos millones. Con un tanto de inspiración y otro de ahínco, cualquiera de los espigados instrumentos le saca alas a nuestra imaginación. Según esto desde Edison, la tradición ordena que el genio, incluyendo al que implica la escritura y el dibujo, sea 99 por ciento de sudor y uno por ciento de susurros de las musas al oído. No hagamos caso y que cada quien aporte lo que Dios le dé a entender.
Que hagan la prueba las nuevas generaciones digitales: nada existe más liberador que tomar un bolígrafo o pluma y ponerse a plasmar sobre una hoja virgen lo que nos dicte nuestro libérrimo albedrío o, como dice la expresividad ibérica, lo que nos salga de los cojones. Por ejemplo, una carta de amor; antaño, desde mucho antes de la novela epistolar Las relaciones peligrosas (1782) y hasta hace unos magros 20 años, tenían impacto y removían corazones empedernidos en sentido favorable o desfavorable.
“No, Martínez, te lo escribo por primera y última vez: aunque tus ʻnoches de invierno y sal sean una agonía en la mísera yacija de condenado al patíbuloʼ, te quiero solo como amigo y no pienso casarme contigo en los próximos 250 años. Ah, y no me llames Estrellita delante de los compañeros, ¿me entiendes? Mi nombre es Estela”.
No me resisto a consignar lo siguiente como curiosidad, maravilla de recursos de internet y homenajeable esfuerzo por promover la creación literaria entre niños y jóvenes: como resultado del primer premio de poesía Estudiantes Poetas, efectuado allá por 2017 en Miami a iniciativa del consulado de España, apareció el volumen colectivo Oda a mi bolígrafo.
¿Cuántas hojas en blanco puede realmente engalanar la tinta de un bolígrafo? Quién sabe, poseen la desconcertante y enfadosa manía de perderse casi nuevos. ¡Bah, al fin y al cabo son desechables y se adquieren en cualquier tiendita! No es inusual ver uno destripado en el arroyo por peatones y coches, y me pregunto yo: ¿por qué nunca se les cae la billetera o siquiera un billete de 500? ¡Ah, claro, eso se cuida, es valioso! Lo otro, no.
En un trámite bancario reciente, le deslicé por el escritorio los documentos que acababa de firmar a la ejecutiva. Los observó y dijo:
─Muy bien, ¿ahora me devuelve mi bolígrafo?
─Es mío, usted no me dio uno ─respondí con enjundia.
─¿Me lo jura?
─Sí, soy escritor. Nunca salgo sin uno y es éste ─no la percibí convencida en lo del bolígrafo ni en lo de escritor; apechugó, no obstante, con una sonrisa profesional.
Para ver qué se siente, desde joven he fantaseado con robar un banco (por supuesto, no voy a cometer tal latrocinio), pero no así.

Contacto:
En facebook: Esteban Martínez
*Sobre el autor:
Esteban Martínez Sifuentes
Ensayista, narrador.
Egresado de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), Nació en San Luis Potosí hace varios ayeres, se dice lector compulsivo y fanático del cine, en particular de películas mudas estadounidenses de cómicos tipo Chaplin, Langdon, Lloyd y Keaton.
Obra publicada:
Esteban Martínez Sifuentes ha publicado siete libros; el último, de ensayos, es USA! USA! Mitos y antimitos estadounidenses, publicado por Editorial Almuzara en 2024. La novela negro-policiaca Malmarido, Ediciones Periféricas, 2020.