Disquisicionario. 6. ¡Habla por Dios! ¡Habla! Esteban Martínez Sifuentes.

                    
¡Habla por Dios! ¡Habla!
Esteban Martínez Sifuentes

A ver, mi reina, di algo, una frase, una palabra, una simple silabita, qué te cuesta, mi preciosa. Habla por favor; mów, prosze; parlez s’il vous plaît; speak please, ¡di algo, animalejo del demonio! Luego de mucho tiempo de exhortarla con infinita paciencia, en varias lenguas, cientos de tonos y el humor más diverso, mi gata por fin habló. ¿Cómo sucedió y qué dijo? Aquí está la historia; prometo contar la verdad y sólo eso.
Estaba de espaldas y con una cerveza en mano siguiendo el partido de basquetbol de la semana, cuando noté con el rabillo del ojo que se trepaba al respaldo del sofá. Seguí clavado en la televisión y al poco rato sentí que posaba y retiraba, posaba y retiraba una de sus patas delanteras en mi hombro, como si tocara a la puerta de un ser querido. Mal momento, el partido estaba en clímax y el caldo de cebada riquísimo.
Voltee a verla, me vio con su mirada eléctrica e insondable de siempre, quizá más insondable que nunca, sacudió su cabecita y habló. Habló de verdad como lo hacemos ustedes y yo, con una dicción bastante aceptable considerando su tamaño y su, digamos, animalidad.
No de buen modo, se quejó de la falta de ratones y pájaros para cazar, me reclamó por las croquetas diarias, sabrosas pero dañinas para su hígado, por la falta de espacio para correr y saltar, por la escasez en los alrededores de árboles para afilarse las uñas y, ¿pueden creerlo?, porque fumaba delante de ella.
─Bueno, carajo, ¿solo sabes sacar aspectos negativos de tu amo? ─intervine yo; mi equipo acababa de fallar un enceste cantado─. ¡Por Dios!, di algo constructivo, que demuestre de una vez por todas que los gatos son inteligentes y no convenencieros por mero instinto de conservación. ¿Acaso te crees sagrada? Eso pasó hace siglos y en otro lugar, ¿te enteras?
─Tú querías que hablara ¿no? Nos la pasábamos aceptablemente bien antes de esto ¿no? Pues es lo único que tengo que decir. Además, por si no lo sabías, el instinto de conservación también incluye tejer alianzas entre diferentes; de hecho, creo que la inteligencia consiste precisamente en eso, en tejer alianzas balanceadas entre diferentes: yo te doy algo, tú me das otra cosa en sincera reciprocidad y vivimos a gusto. No somos convenencieros, ni ladinos, ni diabólicos.
─¿Ah, no? ─ironicé.
─No. En nuestro caso particular tú me pusiste un nombre, complementas mi alimentación y me ofreces seguridad, menos de los perros que de las tormentas eléctricas y los cohetes, a los que sí les tengo verdadero pavor. A cambio, yo te ofrezco compañía, fidelidad, momentos divertidos. No necesito gritos ni patadas, justificados según tú. Me has pateado varias veces, ¿te acuerdas…?
─¡Y dale con los reclamos…! ¡Pásasela a Johnston, está solo, está solo…! ¡Te lo advertí, idiota…! ¿Te gusta el básquet?
─Apesta. Y discúlpame por interrumpirte. Sucede que yo estaba bien antes, pero tú insististe. Decidí que era el momento, tengo que aprovechar la ocasión.
─Está bien, sigue ─mi equipo estaba por remontar.
─Violentando mi esencia y mi cuerpo, me castraste siendo muy joven, ¿por qué no castran también a los de tu estirpe…?
─Eso fue idea del veterinario.
─¡Ah mira, qué buena salida! Es conocido que el veterinario me llevó y me trajo en una jaula, él mismo abrió su cartera y se pagó sus honorarios, él me cuidó un par de días. Bueno, un decir eso de cuidar, porque tengo varios puntillos que reclamarte sobre eso…
─¿Sabes qué?, mejor lárgate de aquí antes de que te corra a zapatazos, ¡zape!
─Ya son muchísimos humanos ─no se largó─ y se están acabando, sobre todo por codicia, un planeta que no es solo de ustedes.
─¡Lo que me faltaba, una gata intelectualoide, comunista! Si detestas las patadas, vete por favor, desaparece. Por cierto que no me he casado para no recibir en casa quejas o reclamos. Aunque casi siempre me veas de ocioso, trabajo duro fuera de aquí.
─Me doy cuenta, no creas que no. Por eso salgo a tu encuentro y me froto en tus piernas con alegría. Con la alegría propia de mi especie, no busques otra cosa. Pero sea como quieras, y espero que no te arrepientas.
─No te preocupes por eso, puedo sobrevivir ─juzgué divertida mi respuesta y me eché a reír a carcajadas.
Se fue contoneando el trasero como de costumbre, disimulando a la perfección su derrota. ¿Cómo se le ocurría que iba a imponerse a un humano?, pensé, levantándome por otra cerveza para seguir disfrutando el partido, se ponía cardiaco a minutos del final. Hacía por lo menos un par de meses que no veía uno tan emocionante, hagan el esfuerzo por comprenderme.
Al día siguiente empecé a dimensionar lo que había dejado escapar. Presentaciones en estadios, cine y televisión, conferencias en auditorios universitarios y empresariales, shows de lujo en teatros principales. “¡Sorprendente, inquietantemente quejumbroso, el único gato, qué digo gato, animal en verdad parlante en la historia de la humanidad!” Una auténtica mina de oro, y la había desaprovechado por idiota. Nada me costaba haberle puesto un poco más de atención. Bueno, me dije, si se había dado una primera vez, vendría sin falta una segunda.
Intenté sobornarla con ratones capeados en aceite de pescado, con suculentos pájaros, con leche de cabra, de camello, de yak, con embutidos finos, y nada. Le puse mi costosa almohada de plumas de ganso en su gatera, me hinqué delante de ella, imploré, ¡habla, sé que sabes hacerlo, habla por favor, por nuestros momentos felices, por aquel día en que te recogí de la calle, una pelotita peluda y chirga, y te ofrecí yogurt en mi propio plato de cereal; habla! Todo inútil. Le apliqué la ley del hielo, la privé de comida y agua por unos días, terminé llamándola estúpida.
Me estoy quedando sin cabello de la exasperación. Los vecinos creen que estoy listo desde ayer para el manicomio; yo estoy empezando a creerlo. ¡Habla por lo que más quieras! Se va, regresa a medianoche de las casas vecinas, me ve con su mirada profunda y da la media vuelta con exasperante orgullo.
¡Di algo, no te vayas así! ¡Quéjate aunque sea y te cumplo por triplicado lo que desees! ¡Putéame si quieres, pero mueve ese hociquito! Hay días enteros en que ni siquiera aparece por aquí, y no salgo a la calle ni a comprar comida por esperarla. Estoy empezando a comer croquetas.
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*Sobre el autor:

Esteban Martínez Sifuentes

Ensayista, narrador.

Egresado de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), Nació en San Luis Potosí hace varios ayeres, se dice lector compulsivo y fanático del cine, en particular de películas mudas estadounidenses de cómicos tipo Chaplin, Langdon, Lloyd y Keaton.

Obra publicada:
Esteban Martínez Sifuentes ha publicado siete libros; el último, de ensayos, es USA! USA! Mitos y antimitos estadounidenses, publicado por Editorial Almuzara en 2024. La novela negro-policiaca Malmarido, Ediciones Periféricas, 2020.

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