Disquisicionario. 5. Una historia redonda: la rueda. Esteban Martínez Sifuentes.

                     

Una historia redonda: la rueda
Esteban Martínez Sifuentes


De modesto círculo inspirado en la luna llena, el centro de una flor, las legendarias piedras rodantes o el gira-gira del torno del alfarero, pasó a facilitarle el destino al ser humano en sus afanes múltiples e interminables, cíclicos: guerra, agricultura, erección de edificios, ir a Acapulco con la señora y los duendecillos. Está en los trenes y los aviones, es símbolo de dinamismo y prisa.
Salvo el invaluable servicio en movilidad que nos brinda, no tiene nada que ver con nuestro sistema motriz, en específico los pies, patas en los animales. Es una pura invención, creatividad. Como el cero, que también es circular y, a velocidad de vértigo, hace avanzar las cifras hasta la orilla del universo.
Pocos prestan atención: en coche alquilado, del vecino o propio, conducen con eficiencia a la madre a nuestro alumbramiento en el hospital público o privado (según las posibilidades económicas de la familia); nos llevan a nuestra última morada. Es la rueda o, en su versión moderna, la llanta o neumático. Se cuenta que su origen está asociado a la alfarería, mucho antes que a movilidad y carga (apenas unos 3,500 años a.C., varios milenios después de iniciadas la agricultura y las sociedades complejas); su tracción, a los bóvidos, los équidos, los esclavos, los motores de vapor, gasolina y eléctricos. Stonehenge y las pirámides de Egipto fueron construidos sin ellas. En la América prehispánica existía la rueda en juguetes infantiles, no así en el trabajo.
Prestas para el combate, las carreras y el boato, en Grecia y conspicuamente en Roma circulaban la biga, la triga, la cuadriga y, para los faustos imperiales, la sestiga, tiradas a su vez por dos, tres, cuatro y seis caballos. Tal vez por su insignificante vocación en las tareas de los estamentos inferiores, poco se menciona a los carros de un solo jamelgo o los jalados por bueyes. En los siglos XVII y XVIII los carruajes o carrozas de la nobleza semejaban auténticos altares barrocos y rococó capeados en oro, incluidos los rayos y los ejes de las ruedas. Aunque en tonos más adustos, algo similar ofrecen aún las empresas de pompas fúnebres para los pudientes de Nueva York y ciudades de Europa. Según las tradiciones de la alta aristocracia, en las ceremonias solo a los reyes se les permitía uncir ocho caballos, seis a los príncipes, cuatro a los duques y tres a los obispos.
En España la llanta es lo que acá llamamos rin, el sostén de la llanta; pero bueeno, allá han estado medio locos desde que al Quijote le dio por acometer molinos con su lanza. Tragar una rueda de molino es soportar a grados extremos un episodio adverso. Salvo que esté gastada en exceso o desinflada (ponchada o pinchada, por distintas vertientes ambos términos derivan de idéntica etimología), raras veces le dedicamos más que una fugaz ojeada. Un pisotón en el pie de una de ellas debe de ser dolorosísimo.
Ruedan por el mundo de cuatro en cuatro, de tres en tres o de dos en dos. Y una heroica y solitaria también, por trabajo o entretenimiento: las carretillas en la industria de la construcción y los monociclos en circos y carnavales, donde también suelen girar la rueda de la fortuna y los caballitos, tiovivo o carrusel, cuyo nombre en inglés es el divertido merry-go-round. Los precavidos guardan una de reserva en la cajuela y existen establecimientos especializados en repararlas. “Todo sobre ruedas”, se dice cuando los asuntos marchan con fluidez. Metáfora automovilística, una persona “todoterreno” es aquella con capacidad para cruzar airosa por autopistas y trochas pantanosas en sus actividades.
Como la domesticación del fuego, la cultura y época exactas de su invención son desconocidas; no importa, es de todos y de nadie, universal. Es la perfección, el no principio y el no fin, la eternidad, el eterno retorno que se muerde la cola del uróboro y de la salamandra que renace de sus cenizas. El sustantivo “llanta” proviene del francés jante y “neumático” del griego soplo, espíritu, aliento. Aire. Es el anima de los latinos.
Menos metafísico, a la grasa acumulada en la cintura por el buen comer y el escaso ejercicio se le denomina llanta en México y otros países latinoamericanos; en España, michelín. Pero, ¿es aire lo que escribo? Sí, pretende ser levedad. El aire no se ve, es el soplo vital, igual que el alma o el espíritu en las religiones y la filosofía. No se ve pero vibra, se siente, como la música. La primera notación musical de Occidente se llamaba “pneuma”, allá por el siglo IX; pretendía aprehender lo inaprehensible. Como todo lo que se realiza con pasión y razonamiento, lo logró en buena medida.
Luego la música fue capturada en discos (la llanta es un disco), y rotaron y rotaron en el tornamesa aligerando los trabajos y los días que describiera Hesíodo. Dos potentes fábulas sobre la ascendencia de la música, ambas desarrolladas en la selva (la incultura): el cuento del salvadoreño Salarrué “Semos malos” y la cinta Fitzcarraldo del alemán Werner Herzog.
Hasta la masificación de la televisión, los niños pasaban horas divertidas con el cándido y exigente pasatiempo (me tocó practicarlo) de hacer correr por el piso una rueda impulsada con una horqueta. Los patines y patinetas ofrecen una impagable sensación de libertad, tanto si los ves pasar como si los montas. Esto último siempre es preferible. No que sea censurable estar al borde de la vereda viendo discurrir la vida; al contrario, es una necesidad del espíritu. Lo que sí, renunciar como maratonista desinflado al sexto kilómetro o no atreverse a subir en ella por timidez, por cobardía al qué dirán, por lo que sea.
La bicicleta que no va a ningún sitio es un invento desaprovechado; en realidad no requiere ruedas (solo las de los engranes), sino pedales. Sirve para generar energía; en Guatemala la ONG Maya Pedal es un modelo a seguir en dotación de electricidad a comunidades pobres o apartadas. En ese sentido, no estaría mal que pedalear fuera obligatorio para los que padecen de estrés de oficina y se aburren al llegar a casa. Además, la cuenta de luz aparecería ligerísima a fin de mes en el buzón.
─¿Cómo estás?
─Pues aquí muy contento y sano pedaleándole a la vida.
─Ah, me alegra. Yo estoy en lo mismo. Pero te llamo para preguntarte si tú también has notado la disminución de cadáveres en la calle estos últimos meses a causa de…
Una anécdota leída hace tiempo sobre la inauguración de una de las primeras escaleras mecánicas (que también son circulares) en un gran almacén estadounidense, allá a principios del XX: como los compradores no se atrevían a usarlas, la gerencia contrató a un cojo con muletas para que subiera y bajara, dale que dale, de la apertura al cierre; funcionó. “Rodar y rodar”, grita a pulmón herido la jactancia en el himno mexicano de las fiestas, El rey.
La llanta es resistente y confiable como nuestra paciencia al salir cada mañana al tripalium o trabajo. Y si te sientes abrumado, recuerda estas líneas de John Lennon, una oda a la rueda y a la levedad:

I´am just sitting here
Watching the wheels go round and round
I really love to watch them roll
No longer riding on the merry-go-round
I just had to let it go.

Photo by Pixabay on Pexels.com
Contacto:

En facebook: Esteban Martínez

*Sobre el autor:

Esteban Martínez Sifuentes

Ensayista, narrador.

Egresado de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), Nació en San Luis Potosí hace varios ayeres, se dice lector compulsivo y fanático del cine, en particular de películas mudas estadounidenses de cómicos tipo Chaplin, Langdon, Lloyd y Keaton.

Obra publicada:
Esteban Martínez Sifuentes ha publicado siete libros; el último, de ensayos, es USA! USA! Mitos y antimitos estadounidenses, publicado por Editorial Almuzara en 2024. La novela negro-policiaca Malmarido, Ediciones Periféricas, 2020.

Deja un comentario